viernes, 6 de noviembre de 2009

LA CASA QUE RUT CONSTRUYÓ. Por Jesús Garrido




Rut construyó una casa junto a la pinera norte
maquinando los patios
enrielando los muros
del otro lado del puente

La casa es un abismo de navajas en brama y faroles rojos
pubis de humo
luna en serpentina
mi clásico de octubre

Rut es la dueña y cada una de las nueve huéspedes
que mantienen el celo

Cada noche triunfan las de casa ante los bravos
cuando el aroma de los sexos
asciende desde su base de tierno diamante

Yanqui o moabita
de Rut nunca se sacia el furor de su lengua extranjera
mamita golosa
mi babe vagabunda




*Poema escrito y publicado en 1999 con motivo del 25 campeonato, al imponerse los Yankees a los Bravos de Atlanta.

jueves, 22 de octubre de 2009

CLARISA. Por Jesús Garrido.





Clarisa me miraba, casi desde la tumba, con sus ojos de gata en celo. La luz del sol, proveniente de la calle, parecía filtrarse no a través de los vidrios de la ventana sino de su cuerpo calado por el frío y la enfermedad.
Yo no podía ni quería mirarla, pero aunque hubiera bajado los párpados, de todos modos habría adivinado su halo resplandeciente, semejante a esas estampas místicas que yo solía robar de niño a tía Lourdes, antes de su partida a un convento en Puebla.
En la familia nunca han faltado curas ni monjas, diáconos ni misioneros. Pero el único mártir, por mí reconocido, es mi padre, envuelto perennemente en problemas de amantes y sucesivas crisis de culpa.
Mis hermanos y yo crecimos en medio de una santa pobreza. Lo único que conocimos en abundancia fue la parentela, amén de rezos y noticias piadosas. A los veinte años salí de casa y de un modo más sencillo del previsto pude ejercer sin intromisiones mi libertad de conciencia.
Hará cosa de cinco años que Clarisa vino a mudarse conmigo y tres o casi cuatro meses de su última entrega amorosa. Ni alta, ni baja, a simple vista no parecía demasiado tonta ni demasiado lista. A mí siempre me gustó su porte desgarbado, sus cabellos oscuros contrastando contra la lividez de su rostro, su frente angosta, los labios casi transparentes a la medida del beso. Cuando se presentaba a sí misma a alguien desconocido, bajaba la voz al pronunciar su nombre, en un acto automático de defensa, impensado, creo que para ella inadvertido. Ese fue el único rasgo de timidez que llegué a conocerle.
No creía en el amor eterno ni en el efímero, no juraba por Dios ni por el infierno. A veces dormía días enteros y a veces trabajaba sin parar toda una semana, haciendo apenas tiempo para el almuerzo y el sexo imprescindibles.
Era escritora o publicista, maestra universitaria o gerente de una casa comercial; una nómada sedentaria, siempre cambiante, siempre dispuesta a mis caricias.
Cuando murió no pude llorarle ni le guardé duelo, es decir, no vestí de negro, no consentí novenario ni misas al primer, segundo y tercer mes de su fallecimiento; no me encerré en mi cuarto ni dejé verme por la calle triste o abatido.
Quizá decepcioné a más de uno. Pero hay cosas dentro de mí de las que prefiero no hablar. El dolor, como Dios, prefiere caminos difíciles y misteriosos.
Su madre no puede perdonarme, dice, la ausencia de lágrimas ni la falta de tacto hacia sus creencias. Yo sé que en el fondo lo que no me perdona es la ausencia de nietos.
Clarisa no tenía hermanos y mientras estuvimos juntos jamás planeamos tener hijos.
Tampoco cerrábamos los ojos al hacer el amor. Ella gritaba fuerte, sí, pero hacia adentro. Yo podía percibir el estallido que aceleraba sus muslos, su tórax, su abdomen; el sueño comprimido que arqueaba su espalada y dilataba sus pupilas.
Y hoy me miraba en un ahora físico e impostergable, con el deseo rondando su palidez de muerta, con el jamás enredado en el siempre, con el cáncer floreciendo entre sus pechos hermosos.
Yo no quería verla, por un pudor cercano a la nostalgia.
Afuera corría la luz que, con el aire y el instinto, se sumergía en el mar, en un alarde de natural autocomplacencia.
Clarisa me miraba con sus ojos de gata en celo. Y yo, ajeno al tiempo, a sus adverbios y conjugaciones, me quité la coraza y anegué su vientre.

jueves, 24 de septiembre de 2009

BELLAS. Por Mary Carmen Grerardo





Para Belén y Fátima Garrido.
Ve en el espejo , la imagen que tengo en mis ojos:
La autentica belleza del inicio

En el parque anidan tantos globos
los compré todos
para retener la infancia

Nunca comprendí el significado
la piel de durazno
hasta que toqué tu cara redonda:
Un vello fino
asomaba con la verdad

Esa confianza en mi fortaleza
una torre considerada debilidad

Pegaso está tan cerca
y el miedo pinta sus alas, oscuro

Compré todos los globos
los colores anidan el infinito de preguntas
la mayoría sin respuesta

Les respondo con abrazos

El dolor aún no puedo entenderlo
niego al llanto la oportunidad
Crear un cuerpo de hielo

Mejor la letra que te acompañe inocente
Mejor ella, con su tinta
obligue al destierro, a la soledad
A la indiferencia
al fracaso

Me preguntaba para qué multiplicar mi imagen
seguramente para verlas
Para contemplar la belleza del inicio
la pregunta maliciosa
la risa estruendosa ante la contaminación
confiada ante el bullicio

El todo triunfante ante la nada

La nada resquebrajada por la risa
construye castillos

Quiero uno donde ignoremos
a la bella durmiente
y nos apropiemos de los superhéroes

Pero no olvides detenerte a contemplar el mar
las sombras mecidas por las palmeras
risueñas mecen sus lacios cabellos
negros como esta tierra
calurosa , agobiante
pero siempre dispuesta a la raíz
Al inicio

jueves, 10 de septiembre de 2009

LA AUTORA DEL POEMA: LORENA PINO

Y aquí está, directamente de Coatzacoalcos, mi comadre Lorena Pino, demostrando que esto de los libros se le da desde chiquita.

martes, 1 de septiembre de 2009

CIUDAD SUR. Por Lorena Pino.








Fiesta de vinil y motocross,
tendajón de novedades,
sales a rondar el mundo
como si fuera el último día
para estar in.

Coatzcity:
pobre joven cansada,
hurgas los vagones del ferrocarril,
bebes desaforada el bulevar.

Tus musas baratas
se vuelven vírgenes,
altares de un caserío
a la orilla del océano.

En la vieja estación de ferrocarril
un silbato conocido
llama a los pasajeros.

Azufre,
sal,
niños al sol.

Un son conocido
recorre las llanuras del Sotavento


martes, 28 de julio de 2009

MONTE DE VENUS. Por Jesús Garrido


Extraño nacimiento de la noche
cuando la luz aún conserva sus blindajes
y las cédulas del mar no terminan de atar cabos

Extraño desnivel de las palabras
agazapadas en el mosto y en el vino
en el placer tribal de fermentar el cielo

Oscura como el mundo
como el amor de la arpía
por su sombra
como la fe del tiempo
en los escombros
blanda y palpitante
triángulo y llovizna
te derramas sin rencor entre mis labios

Fuera de ti
la sal torna de nuevo a diluirse
el polvo vuelve a ser polvo
y una centuria de espinas
motín entre los dedos
asciende el fulgor
de tu primer estrella



martes, 14 de julio de 2009

ESCILA Y CARIBDIS. Jesús Garrido. Tomado del libro Mentiras soberanas, de reciente aparición.






You consider me the young apprentice
caught between the Scylla and Charibdes
hypnotized by you if I should linger
staring at the ring around your finger.
Sting




Abro los ojos como quien se esconde de sí mismo
como quien recurre a ti
por oposición al sueño
Abro los ojos sin desatar la luz
sin romper el tenue lazo que une tus dos rostros
tus dos cuerpos de agua
ajenos entre sí
violentos
equivalentes
Abro los ojos para no cerrarme al mundo
para no perder el ángulo
de tus labios mayores
para morder el tatuaje a medio camino de tu ingle
bajo la honda ligadura de ambos miedos
entre un placer que no basta
y la espiral que me devora

lunes, 8 de junio de 2009

El número cero de la revista Esfinge. Por Jesús Garrido.



Nuevamente para Poison Ivy y la Mónica Lewinski. Y ahora también para
Aimeeé de Altamira (La mutante de Corazón salvaje)


No sé si conoce o no el amor, si la razón de su identidad oculta tenga más que ver con el pudor del amante prohibido o con la frágil intimidad del super héroe. Lo cierto es que la esfinge se pasea por las calles del puerto con la gracia suicida de quien ha perdido todo.
Vestida siempre con blusa y pantalones negros, esta mujer, mítica y contemporánea, sedentaria y postmoderna, transita por los parques situados entre el malecón y la antigua terminal de trenes, aunque hay quien asegura haberla visto deambulando por las Playas de Mocambo y los alrededores del “Pirata” Fuente.
Limpia y perfumada, el antifaz que cubre su rostro no provoca la risueña compasión de los paseantes ni la feroz ironía de los noctámbulos asiduos a La Puerta del sol, los portales, El Muelle Inglés y otras cantinas de alta y baja ralea.
Mujer de ademanes torpes y andar acelerado, nadie osa pensar en su locura, ni cuestionar su posible sobrepeso: la esfinge provoca un respeto fetichista, por religioso.
No suele hablar con nadie, pero sus ojos parecen llevar registro de cada transeúnte que se cruza a su paso. Su mirada es fría y eficiente, estadística, profesional.
Ni prostituta ni adivina, dicen que conoce a cada habitante de Veracruz por su nombre, aún sin haber cruzado palabra ni intercambiado mensajes extra lingüísticos.
Antes que en el morbo o la curiosidad, su relación con la ciudadanía se basa en la complicidad: la complicidad entre quienes se reconocen eternamente anónimos y ven en ese anonimato la más completa impunidad, soledad en muchedumbre.
Porque ella conoce los sueños de todo aquel que la ha mirado a los ojos.
Ella propicia la duda en quien se ha declarado feliz.
Ella arrincona bajo sus ropas la evidencia de su muerte.
Ella escribe poemas para ser leídos después de la tumba.
Ella ha declarado absurdo el concepto del absurdo.
Ella me salva de mí mismo y me acerca al disparate.
Ella duerme conmigo como se estudia una maestría a distancia.
Ella no cree en las promesas ni en los premios literarios.
Ella no baila rumba pero paga la orquesta.
Ella prefiere cartoon network al canal de Conaculta.
Ella es sabia y de buen gusto.
Ella se zambulle en el mar por las monedas que no serán allí arrojadas.
Ella no es ella sino otra.
No sé si conoce o no el amor, pero la esfinge es mi heroína de almohada, de sábana y preservativo.
Ella es más rápida que una bala cada vez que salta conmigo los más altos edificios.

sábado, 30 de mayo de 2009

LA OTRA CARNE BLANCA. Por Gabriel Fuster.




























Una pareja llamada Sus scrofa domestica y Petunio
pasaron la luna de miel con los ombligos uno en uno,
pues en su presura de consumar el momento
confundieron el lubricante con un pegamento
y por ello, cada orgasmo dura hasta treinta minutos

aunque del revolcado en lodo, pasamos al susto
cuando al decir oinc, se nos escapa un estornudo.
Como si no fueran suficientes los líos
del halal musulmán y el cashrut judío,
ahora la otra carne blanca es el moderno bruno.






























miércoles, 20 de mayo de 2009

ESTA VEZ SERÁ LA ÚLTIMA Por Jesús Garrido




La filología del cambio, me dices, es sublevación de lo imprevisto, renovación de la experiencia, afirmación de lo impensado. Hay en ti una contradicción que se rebela, que llora y se levanta de su mullido asiento, a la derecha del padre, tan lejos de mí, tan cerca de otros hombres. Nada de lo mío te apetece, he dejado de ser la “ilusión de lo aparente”, tu “psique gemela”, “la ternura de lo ambiguo”.
¿Qué quieres que diga para que desistas? Deja las cosas así, tal como hasta ahora , nada de revoluciones de archivo ni cierres de ejercicio precipitados. Olvida los sinsabores últimos, la pereza y el hastío, la falta de vigor en el acecho, la mansa mirada de estos tres tristes días convictos. Ya vendrán mejores fines de semana.
Te he comprado flores, yo que ni a mi madre dirijo la palabra. Esa dureza te encantaba, pero veo que las cosas han cambiado.
-Yo soy así-replicas-conoces mi naturaleza. He dejado de sentirme cómoda contigo, o quizá sea exactamente a la inversa, me siento demasiado relajada y esa no es la imagen que quiero de mí misma.
Pero te he comprado flores. ¿A poco crees que me gusta hacerme el cursi o lanzarte este discurso lastimero?, ¿A poco crees que me gusta tanto Benedetti como para encima estudiarlo, poner el viejo audilibro "con la voz de su autor" y escuchar aquello de nadie nunca te reemplaza y las cosas más triviales se vuelven fundamentales porque estás llegando a casa, sólo porque a ti te encanta? Y deja ya ese acento argentino, que Benedetti era uruguayo.
-Lo nuestro no era para siempre, yo no soy mujer de un solo hombre-, si parece que te oigo por encima de tus clases de semiótica o semiología, que para mí es lo mismo y para ti es como la Biblia y el Corán, como el agua y el aceite, como Woody Allen y Walter Lanz.
-Se que te duele, pero el amor y el dolor son dos buenos hermanos- parafraseas baudelairamente mientras tu rostro parece exigir ser canonizado-. El tedio hace que surja en mi la necesidad de irme, de ser distinta; no sé, pintarme el alma, soltarme el pelo, conocer otros hombres-, tu voz fluye tranquilamente, como la de quien entrega un informe de rutina a un superior benévolo y complaciente.
¿Qué quieres que yo haga?, a mí no me gusta Benedetti.
Y luego me restregas el arsenal histórico, favorito de las intelectuales de bolsillo, que condena al hombre por los delitos de opresión, discriminación, violación de los derechos humanos y divinos, en contra de todas las mujeres, desde el comunismo primitivo hasta la globalización de lo monótono. Si sólo falta que me digas que yo soy tu medievo y que precisas ser absolutamente moderna. A mí, que me importa un comino si estudias o trabajas, si haces o deshaces las camas, si comemos fuera o dentro de casa, si te pones minifalda o te la quitas, pero que te amo tanto como si no fueras tú misma.
Te vas, pero esta vez será la última. Tu cuerpo solía ser un instrumento preciso entre mis manos. Pero todo cambia, dices, y al mirarte me doy cuenta que así es. Tu cuerpo es bello, tu cuerpo sintetiza la estética del cambio, método de ruptura, tradición del olvido.
-¿Qué quieres tú que yo haga?- esta vez reconozco más fácilmente la cita.
Nada, te digo, deja las cosas así, no digas más.

CUANDO ÉRAMOS NIÑOS Por Mario Bennedetti.

Mario Benedtti, niño.


Cuando éramos niños
los viejos tenían como treinta
un charco era un océano
la muerte lisa y llanan
o existía.

luego cuando muchachos
los viejos eran gente de cuarenta
un estanque era un océano
la muerte solamente
una palabra

ya cuando nos casamos
los ancianos estaban en los cincuenta
un lago era un océano
la muerte era la muerte
de los otros.

ahora veteranos
ya le dimos alcance a la verda
del océano es por fin el océano
pero la muerte empieza a serla nuestra





lunes, 11 de mayo de 2009

La reportera Laura Haddad.

Nuestra amiga Laura Haddad envía esta foto de apenas ayer (día de las madres) así como un cuento, con el siguiente recado: Esperaba enviártelo para que lo publicaras en febrero, pero no lo encontré antes. Empero, aquí está. Puedes advertir a los lectores de tu espacio que es "un cuento de febrero en mayo", pero pu's... En una época donde el cambio climático está haciendo florear a las nochebuenas y otras flores a distiempo, pues se vale, no?

Té para tres. Por Laura Haddad




Miguel despertó esa mañana y realizó su rutina diaria como un día cualquiera. Pero aquél no era uno así, sino 14 de Febrero, y mientras entre esos cuatro muros ocurrían cosas cotidianas entre él y su compañera de alcoba, afuera -por las calles-, se notaba el desfilar de seres que portaban cajas de chocolates, racimos de flores, muñecos de peluches, globos y demás fetiches que simbolizan al órgano vital humano, al cual se le ha hecho responsable del sentimiento amoroso.

En la pantalla del televisor el payaso comentador de noticias matutinas se burlaba de la ridícula costumbre de celebrar el amor de una manera tan burdamente mercantil. Miguel asentaba con la cabeza a todos los comentarios salidos de la boca del conductor, en señal de aprobación. Fue entonces cuando súbitamente recordó el compromiso asumido días antes con aquella muchacha, que había conocido un par de meses antes.

Por una broma del destino, la chica y él habían comenzado a trabar una aparente e inocente amistad, que él pensaba culminar en la cama de un motel, en un futuro próximo.

Ella había llegado a su vida sin aviso, justo cuando él se matizaba de monotonía y gris, bajo el cobijo de una relación que no aspiraba más que a la comodidad de la compañía mutua.

A Miguel, la joven le parecía diferente a, e igual que, todas las mujeres de su vida. La chica, por su parte, jugueteaba con él como lo hacía con otros, más jóvenes y por ello, también menos deseables en sus fantasías de veinteañera.

Para celebrar el “Día de los Enamorados”, ambos acordaron intercambiar regalos como un par de románticos cursis, siguiendo las reglas dictadas por los spots comerciales, que cada año invitan a demostrar el afecto con la compra de regalos inútiles y ostentosos.

Pero en este momento Miguel tenía que darse prisa: se aproximaba la hora de llegar a trabajar y aún no adquiría lo que su reciente conquista había pedido para la ocasión, y que abriría la puerta formada por sus labios y piernas. Como una chiquilla, la chica deseaba un osito de peluche y mientras él lo compraba, adivinó el ridículo que estaba a punto de hacer al llegar a la oficina con el regalo revestido de papel china rojo, metido en una bolsa de cartón. Cuando finalmente llegó, creyó escuchar los comentarios burlones de sus compañeros de trabajo, quienes lo tildaban de un tipo aislado y ácido en su trato.

Alguien lo cuestionó sobre la bolsa de regalo con malicia. Miguel contestó alardeando que era un obsequio para una chava que quería con él, pero la verdad era otra: era él quien deseaba a la joven como no a otra mujer y esperaba que con el gesto, finalmente ella se dejara seducir.

Después de concluir su jornada laboral, la hora de la cita estaba próxima y con prisa se encaminó hacia el lugar convenido. Hubo primero que mentirle a la mujer madura que se quedó en casa esperándolo junto a la cena, flores y velas puestas sobre la mesa del comedor, pretensión inútil por reencender una pasión perdida.

Él llegó temprano a la cita. Ansioso esperaba mirar, de un momento a otro, la sonrisa que tan entusiasmado lo tenía durante las últimas semanas de su aburrida vida. Pero era un maestro del disimulo y los demás sólo observaban a un hombre cincuentón portando una bolsa con dos corazones dibujados y un gran moño rojo, que estaba a la espera y detenía su mirada en cada muchacha que pasaba frente a sus ojos…

Ella llegó. Entre sus ropas portaba el regalo prometido. Se trataba de un amuleto. Después de las rigurosas cortesías, se dirigieron a una cafetería cercana donde él comenzó el juego del cortejo. Luego, los dos caminaron sin rumbo para detenerse en un parque poco concurrido. Miguel entregó a la chica el osito de peluche y ella el amuleto.

Sorprendido, Miguel preguntó el por qué del talismán obsequiado: “espero ayude a quitar la tristeza de tus ojos”, respondió la joven.

Embustero, mejor respuesta no pudo tener. Aprovechó la conmiseración de su acompañante para armar la mejor treta. Relató una historia falsa. Se describió como un solitario y desdichado por serlo, cuya única felicidad la había encontrado en ella. La volvió una Diosa con el poder de hacerlo feliz y a quien le había depositado su destino entre las manos.

La muchacha conmovida dejó asomar unas lágrimas y sintió un poco de culpa al ver aquel hombre tan enamorado. Él supo que su discurso había funcionado, sólo era cuestión de segundos para que ella le brindara el anhelado beso y ocurrió…

Un escandaloso automóvil hizo que Miguel regresara a la realidad. Llevaba ya mucho tiempo en esa esquina. Contempló el reloj y notó que las manecillas habían avanzado más de hora, durante su espera. Sus piernas comenzaban a entumirse.

Resignado caminó un par de cuadras y tomó un taxi.

Cuando entró a su casa, observó la mesa puesta del comedor, sobre la cual estaba un jarrón con flores frescas y una tarjeta en la que se leía “Te amo”. Sin prisa, subió las escaleras que conducían a la recámara, donde reposaba sobre la cama su esposa ya dormida.

Miguel se sintió lleno de culpa. Enternecido se acercó a su mujer para besarla en la mejilla. Ella despertó y soñolienta, alcanzó a advertir que él le acercaba una bolsa de cartón de la que sacó el osito de peluche.

“¡Ay, Miguel!, pareces un adolescente, me quedé dormida sin esperarte, pensando que entre nosotros festejar el Día de San Valentín, ya no pasaría”, exclamó ella mientras, entre la penumbra, intentaba reconocer la cara de su marido; éste intentaba sonreír, pero sólo lograba una mueca burda, que a ella poco importó pues acercó su rostro para besarlo.

Miguel sentía el beso de su esposa, mientras imaginaba que eran los labios suaves de la chica que horas antes lo había dejado plantado.

miércoles, 29 de abril de 2009

pOEMAS iNFANTILES pOR jESÚS gARRIDO dIBUJOS de fÁTIMA Y bELÉN

INSTRUCCIONES PARA ANUDARSE LA LUZ ANTE EL ESPEJO



Luz
aunque no lo parezca
es una cinta de sombras colorida
siempre nueva
siempre cambiante
siempre tersa y bien planchada

Por eso
ante el espejo
luz presume sus diseños más candentes

A luz
que no es corbata
ni adorno para trenza
hay que anudarla a la cintura
después de cuatro vueltas
a los puntos cardinales

Por tanto,
hay que tomarla por la punta más delgada
y adaptar a tal anchura
el resto de los días

A fin de cuentas
como cualquier otra palabra
luz se ajusta en todo
a los contornos de tu cuerpo

NO ES LA LUNA


No es la luna
quien habla de luz blanca

No es la noche
acurrucada al fondo de tu cuarto

No es el tiempo
fabricante de soles y planetas

Tampoco el mar
recién encendido por el faro

Ni el insecto luminoso
que
aunque no lo creas
también sueña contigo

Es la luz
quien habla de sí misma

De cómo entra y sale de ti
cuando abres y cierras los ojos

martes, 21 de abril de 2009

21 de abril de 1914, no se olvida. O ¿por qué chingaos sí?



A la memoria del cadete Jorge Alacio Pérez, José Azueta, el carpintero Andrés Montes Sedientos, los soldados del 19' batallón con el bravo teniente coronel Albino Cerrillo a la cabeza, don Alejandro Sánchez y de varios comerciantes hispanos, pedagogo Delfino Valenzuela, y a los profesores de primaria María Malard, Carmen Huerta, Constantino Cruz, Héctor Ortiz, Humberto Scheleske, Ernestina Tiburcio, María Esperanza Toff, Pablo Lwnothe y Abraham Morteo, Viecenete E. Barrios, entre otros.





P.D.
A unos cuantos días de concluida la visita del Presidente norteamericano, Barak Obama a nuestro país, es necesario recordar uqe por muchas esperanzas, (justificadas o ingenuas) que produzca cualquier estadista extranjero acerca de sus intenciones hacia México, sus prioridades serán siempre y por lógica, con los intereses o personas que lo llevaron a su puesto.

lunes, 6 de abril de 2009

VIERNES SANTO. Por Jesús Garrido.


Sinceramente, ya no sé qué prefiero, si tu forzada y ambigua religiosidad de los primeros años o la mojigata desfachatez del presente.
Cuando recién empezábamos, esperaba ansiosa las vacaciones de semana santa para ir contigo al río, a la playa, a cenar, a bailar, al motel, a donde fuera, con tal de pasármela bien contigo y no aquí encerrada. Pero por principio de cuentas, nunca te faltaba trabajo para llevar a casa y, llegando el viernes, hacías que me vistiera aprisa desde temprano, para que no nos lastimara el sol en demasía en las visita a las siete iglesias. Nunca entendí por qué no hacíamos ese recorrido el jueves, como toda la gente que anda metida en esos borlotes. Pero no, tú esperabas hasta el viernes por la mañana para rematar por la tarde con la procesión del silencio.
Sábado y domingo ponías como pretexto estar retrasado en tus pendientes por el ritual del viernes y, de hecho, no volvía a verte la cara hasta el lunes, después de la oficina.
Sí, aquellos primeros viernes eran un verdadero calvario: mucho caminar –aún no comprabas la camioneta-, poca comida y cero sexo. Sin embargo, llevaba mi cruz con gusto porque tenía la certeza de que me querías.
Con el paso del tiempo, la fe se te fue apagando, pero no en la forma en que yo hubiera querido. Tus aires de intelectual grandeza te han llevado a creerte todo un crítico de cine.
Así, en las últimas vacaciones de semana santa, además del trabajo extra, he tenido que adaptarme al nuevo estilo de los viernes. Bueno, nuevo es un decir, porque igualmente nos levantamos temprano, sólo que en lugar de la peregrinación deshidratante de costumbre, te diriges al video club y regresas con tu soporífero cargamento de épicas religiosas.
De tantos Ben Hurs, Mandamientos y Mantos Sagrados, he acabado por odiar la heroicidad de Charlton Heston, ,el lluvioso acento de Richard Burton –incomprensible en la semidesértica Judea-, así como la longevidad de Jhon Huston. ¡Vaya polilla fílmica! Si por lo menos alguna de esas películas hubiera sido filmada después de mi nacimiento -La última tentación de Cristo, de Martin Scorsese, por ejemplo, pero tú dices que es blasfema-, no sentiría yo su fétida podredumbre.
He tenido que resignarme a verte todo el santo día arrellanado en el sillón frente a la video, romano tras romano, judío tras judío. De nada valen mis palabras, tendientes a provocar lástima: “tengo sed”, “Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”
Este año creí que sería mejor. Por vez primera te convencí de ir a la playa y, desde temprano enfilamos a Mocambo. Sólo que al poco rato de haber llegado me dejé convencer por ti para irnos a meter a un motel.
-Iremos al Miraflores, como en los viejos tiempos- pensé ingenuamente.
Pero, una vez en el cuarto, sacaste de no sé dónde tu estúpido ordenador portátil y comenzaste a teclear desaforado.
-Esto me llevará sólo unos minutos- aseguraste.
Y bien, los minutos se hicieron eternos y yo acabé quedándome dormida sobre la cama de agua. Cuando desperté, tú continuabas frente a tu adorado aparato, embelesado, por enésima vez en tu vida, con el episodio uno de la Guerra de las Galaxias en DvD.
A mi justo furor replicaste que se trataba de un nuevo clásico, que el personaje de Anekin Skywalker era una parodia de la infancia de Jesucristo y que las escenas de la carrera de vainas intergalácticas era lo más cercano a la secuencia de la carrera de cuadrigas de Ben Hur.
¡Un Charlton Heston de ocho años!, pensé.
Como no estabas dispuesto a dejar de ver el final de la película, opté mejor por dejarte en esa habitación con doble cama, mesa de pin pon y jacussi.
Tú maldecías a diestra y siniestra, renegando de lo incomprensivas que somos las pedagogas y que en tu vida ibas a volver a acercarte a una de ellas, que desde que nos conocimos había sido así y que tu esposa tampoco podía dejar a un lado el sermón y el aire melancólico de “me lo sé todo”, propio, según tú, de la carrera.
El lunes, como todos los años, te veré nuevamente, los dos ya calmados, después de la oficina.

martes, 31 de marzo de 2009

JUAN JOAQUÍN PEREZTEJADA. POETA.


He aquí a mi también compadre en una de las poses clásicas de toda la vida. Está igualito ahora, sólo que con barba y melena enchinada.

OTRA NOCHE EN EL PARAÍSO RESORT. Por Juan Joaquín Pereztejada.



El infierno es plano
sin chiste
aburrido
Qué más diera el infierno y Dante
porque fuera circular
imbricado
sufriente en el sentido de los desgarramientos
las úlceras
el amor

El infierno es menos activo que este sentarse en la oficina
a esperar la hora de la comida
El infierno es saber que no voy a ir a ninguna parte
que no hay nada que hacer
El infierno así y su custodio
Tiempos vestidos de negro

El cielo
si escuchamos la suite número 6 para cello de Bach
es barroco

(Pero por Dios
no pensemos que la música de Bach está hecha para alabanza de Dios)
Bach es un paraíso
al oírlo su jardín crece en el fondo de quien lo escucha
su forma es la del laberinto

lunes, 23 de marzo de 2009

CRY CRY, CRI CRI. Por Gabriel Fuster.





La caja de los muertos, modelo consola.
Mi generación Baby Boom tuvo el privilegio de crecer al lado del más influyente, más prometedor invento desde la rueda. En la primera televisión, muchos vimos la nieve estática como novedad y antes que conociéramos los auténticos copos blancos de la estación invernal. Enseguida vimos los programas favoritos con todos los desajustes verticales de inicio y los continuos desajustes horizontales a lo largo de una raya que me sube y me baja, ay, que me sube y me baja. El enorme cubo de triplay guardaba el cinescopio que hacía posible este milagro que tardaba cinco minutos en encender y el doble de tiempo en apagarse con un terco punto de luz al centro.
Para 1960, la televisión era tan ubicua como el aire mismo. Una casa sin una antena en el techo era una casa de pobre arquitectura. En la novedad de hoy y reliquia de ayer, la primera transmisión mayor que salta sobre los hombros del mueble de la radio fue la cobertura de los Juegos Olímpicos de 1936 en Alemania. Los alemanes pudieron seguir la ceremonia de inauguración en la Fernsehstuben ubicada en cada oficina postal del área de Berlín. A pesar de la comparación con el sol que rompe los nubarrones del instantáneo informativo, ha sido razonablemente cuestionado que Hitler usó el invento para extender su propaganda de la supremacía aria. Lo irónico del asunto es que dos aportaciones distintas, el iconoscópio de Vladimir Zworykin y el Disector de Imagen de Philos Farnsworth, fueron mecanismos adaptados y operados en las cámaras alemanas. En 1936, Zworykin era un judío ruso, trabajando para los laboratorios RCA, y Farnsworth un mormón que se desempeñaba en la empresa Philco. Ambos pudieron haber sido perseguidos por sus antecedentes religiosos y étnicos. Y sin embargo sus invenciones hicieron posible la televisión en el tercer Reich. En México, Guillermo González Camarena patentó un sistema de televisión en colores y fue el iniciador de los canales 2 y 5 que trajeron la cara deseante de mil ojos a los hogares mexicanos. Quien tuvo un Strombreg Carlson de resolución monocromática se cansó del libro y lo cerró para tener la vista fija en el florentino panel de prueba de la era de televisión en blanco y negro. Una imagen hipnótica con cinco círculos gamados, cuatros externos para ajuste de los tonos grises y uno central para contraste y brillantez. Enseguida vino el ejercicio. Era de dos formas, levantarse del asiento para girar la perilla numerada cada vez que deseaba cambiar los canales o ir a comprar los productos anunciados en los comerciales. Los tiempos tenían un entusiasmo semejante a un contacto eléctrico que despide chispas y precisamente psiquis sopló en el corto circuito. Entonces, Kool-aid era la única bebida para niños, el nylon se incorporaba al diccionario inofensivo aunque las medias continuaban siendo de dos piezas, las cajas de los productos de marca políglota contenían premios en su interior para las masas televisivas. Pasados los comerciales, los programas eran en vivo y las risas genuinas. Revista de variedades, noticias y deportes. Y lo más importante de todo, los fantasmas. Los fantasmas en el televisor eran una distorsión en la imagen donde la señal que capta la salutación de las antenas luce duplicada haciendo que el programa contenga fantasmas. La explicación racional dicta que los fantasmas no existen y solo son producto de las interferencias en la impedancia. Es decir, el problema de los fantasmas en el televisor ocurre cuando una buena señal de transmisión choca contra edificios muy altos, arboles, etcétera, provocando rebotes de señal hasta que no se reconoce y otra vez se echa a dormir. Los fantasmas strictu sensu son entidades transparentes hechas de dos palabras: los otros.
-Papá, hay un fantasma en la sala
-Dile que ahorita no puedo verlo
Se dice que los fantasmas son gente que conserva un orden idéntico al de ayer puesto que quedaron inadvertidos de su propio fallecimiento o murieron con una tarea inconclusa que los obliga a persistir en el mundo material. Los fantasmas del televisor y los fantasmas del más allá eran los gemelos en el centro de mi tiempo. Los fantasmas crean fantasmas para no estar solos. Los niños, juegos.
-Mamá hay una mano en mi Mecano.
-¿Una mano?
-Una mano negra. Abrí la caja y apareció allí, flotando...como contando hasta cinco.
-Bueno, pídele que te ayude a armar las piezas de tu juguete.
Historia de fantasmas escrita con tinta invisible. La casa embrujada de mi niñez era fácil de ubicar entre sus puertas condenadas. Un largo corredor cruzaba todas las habitaciones, para terminar en amplio patio. Un poco el estilo de Versalles, pero con fantasmas más vulgares. El caso más vergonzoso que se presenció aquí, sucedió la noche del 9 de Noviembre de 1964. Su aparición provocó que mi abuela arrojara una chancla a la ventana de los vecinos, que mi abuelo escupiera a la policía y que mis papás nunca más volviera a solicitar los servicios de mis abuelos para cuidarnos a mí y a mi hermana, cuando ellos estuvieran de viaje. Me apena confesar que hubiera sido mejor que hubiera dejado al espectro vagar en pena y yo irme a la cama, en paz.
El asunto empezó a las doce campanadas de la medianoche. Un sonido de pisadas con torpe arrastrar de cadenas se escuchaba en la sala. Mi abuela dormía en el cuarto de mis papás, mi abuelo en un catre en el cuarto de los triques, mi hermana en su cama con dosel, mientras que yo terminaba de salir de darme un baño y me envolví con la toalla. En el cristal translucido que separaba la sala con el resto de la casa, pude ver la enorme sombra pasar de largo. Al principio pensé que era mi papá regresando de San Antonio, la ciudad, quiero decir, pero al no escuchar ningún refunfuño sobre sus gastos, deduje que se trataba de un ladrón. En ningún momento atravesó por mi cabeza alguna otra explicación sobrenatural.
Caminando de puntillas, me acerqué a la cama de Mina, mi hermana, y la llamé en la obscuridad.
-¿Mina? –le dije en voz baja, mientras sacudía el cuerpo dormido –Creo que llegaron los marcianos.
-¿Mmhhh? –ella contesta, con el mismo tono de un borrego sacrificado. Al mismo tiempo, recoge las piernas porque siempre guardó la superstición que “algo” te puede jalar de los pies durante la noche.
-Oigo ruidos en la sala – le explico mejor, cuando noto que los ojos dejan de girar.
Ella se levanta y me sigue con su pijama húmeda hasta las cortinas de las horas revoloteadas.
Ambos pegamos la oreja a la puerta.
Los ruidos habían cesado.
Mina me mira con cierta alarma, nomás traigo una toalla enrollada a la cintura. Ella quiere regresar a su cama, pero la detengo del brazo.
-Hay algo en la sala, te lo juro…
De inmediato, la incógnita reaparece con el sollozo de los mares.
Mina corre primero que yo y cierra tras de sí la puerta de nuestro cuarto. Yo trato de abrirla con las rodillas. El ruido del portazo despierta a la abuela.
-¡Que desorden se traen, niños! – demanda ella.
-Nada – dice Mina, reapareciendo por la rendija, con un olor fresco a caca.
Los ruidos provenientes de la sala se hacen alevoso homicidio. Ambos miramos a la abuela.
-¡Ladrones! –ella grita, intuitivamente.
Mina vuelve a cerrar la puerta tras de mí.
-¡Hay que llamar a la policía, niños!
Dado que el teléfono se encontraba en la sala, no adivinaba el modo que íbamos a llamar a la patrulla, pero la abuela hacía otra de sus incomparables decisiones con su figura baja. Ella abre la ventana que da a la recámara de los vecinos y arroja una de sus chanclas por encima del muro que separa ambas casas. El cristal de la ventana repica en la recámara ocupada por Don Fallo y su esposa, la concertista Maruca Beltrán.
Al minuto, Don Fallo se asomaba a su ventana rota y sacudía su puño en el aire.
-¡Voy a vender la casa y nos vamos a mudar a Malpaso!
-¡Ladrones, ladrones en la casa! –la abuela gritó.
Don Fallo pensó que se refería a su casa, pero entiende el tamaño de la emergencia y se presta a llamar a la policía desde la extensión en su buró.
Prueba de un indicador maniaco-obsesivo, yo arrojo la otra chancla para completar el par.

La Policía acude al instante. Ventajas de una ciudad chica, inscrita en la memoria. Un Ford sedán con estructura verbal azul, una motocicleta, una patrulla con ocho guardias y dos reporteros de El Dictamen. Ellos golpean con sus macanas a la puerta de la calle. La puerta tiene buena aldaba.
-¡Abran la puerta! –grita el gendarme.
Finalmente, los policías embisten con el hombro la pesada puerta de dos hojas, con postigos y herrería, y la rompen en el tercer intento.
Las linternas cruzan la sala y someten el orden. Una de ellas me atrapa, arreglándome la toalla nuevamente a la cintura.
-¿Quién eres tú? – pregunta el corpulento agente.
-Yo vivo aquí…
-¿Qué se sucede contigo? – baja la linterna a mi “cosita” y sonríe -¿Mucha agua fría?
Yo regreso a mi cuarto y decido ponerme una trusa.
El oficial a cargo se reporta con mi abuela.
-Ni un rastro de intrusos, señora. –informa- ¿Usted vio a alguien? ¿Qué media filiación tenía? ¿Piensa que fue uno o varios delincuentes?
-No sé, se oía por todos lados. Podría ser Chucho el Roto.
-Es curioso, pero las puertas y las ventanas están bien cerradas por dentro.
A distancia, un par de ellos trae a la fuerza a mi abuelo. Luce confundido. Antes de ser esposado, mi abuelo saltó a la conclusión que los policías eran desertores del ejército de Carranza.
-Lo encontramos atrás y nos escupió encima, comandante
-Suéltenme, perros cobardes – gritaba el abuelo.
-Es mi esposo…
-Llévenlo de vuelta a su cama.
Miro las fotos sepias en los ojos del abuelo. Las fotos de los buenos y malos tiempos, entonces un policía pone el tosco cañón de su pistola en mis costillas.
-¿Quién eres tú?
-Yo vivo aquí
-¿Qué haces en trusa? ¿No se quejan los vecinos?
-Solo si tenemos el televisor a todo volumen.
Los policías se mostraban reacios a dejar el lugar con las manos vacías. Ellos empezaron a catear los muebles del ropero, curioseando en la ropa interior. Yo desabotono mis prisas, poniéndome una blusa de mamá por tenerla a la mano. El periodista, con su cámara Leica con flash, se mira con recelo y pregunta.
-Ey, niño, ¿Cuál es el problema aquí?
-Tenemos fantasmas en la casa
Éste se me queda mirando como si fuera un surtidor al que le puso unas monedas y no hubiera conseguido el correcto refresco embotellado. Sin mostrar un gesto en la cara, se da la media vuelta y se va. La fuerza policiaca lo sigue detrás.
-¿Qué le sucede a esta gente? –pregunta mi abuela –
-Nos llamó locos, abuela
-¡Dios mío, parecían unas personas tan decentes!
No acaba de decir la frase, cuando el televisor en la sala se encendió. La hora de “Musical Ossart” daba inicio.

jueves, 19 de marzo de 2009

Tres poemas en torno a "Pequeño azul", de Antoni Tapies. Por Jesús Garrido





Pequeño azul


Una franja de luz
remueve tímidamente
la superficie del sueño

Resplandor de espiga
leit-motive o jeroglífico
el azul
así ganado
emerge transparente y quejumbroso
Pequeño paria
a quien nadie ve
ni
mucho menos
cree poder escuchar






Cama marrón

El desnudo permanente de esta tierra
habrá de celebrar tu falso nombre
tu muerte falsa
equívoca certidumbre
No habrá calor que te despierte a medianoche
ni zumbidos de óxido
ni caricias eruptivas

Observa cómo el polvo se apacigua
cómo te protege y justifica
cómo tu relieve se vislumbra
bajo el mullido debate de los muertos


Profundidad


He olvidado los móviles del sueño
- toda culpa es inocente
hasta que se demuestre lo contrario-
He llovido los pretextos
las causas y su profundidad sin límites

De ti y de mí
no queda nada
Hemos sumergido toda huella
toda escama
toda luz
y toda sangre

Cómo has de dar conmigo cuando al fin abras los ojos



miércoles, 11 de marzo de 2009

Mary Carmen Gerardo con su tía Cecilia.


La poeta Mary Carmen Gerardo tenía una deuda con el ego-rejego. La ha pagado mandándonos una foto de su infancia. Aquí está, el día de las lupitas, émula de Juan Diego.

La mujer del puerto. Por Mary Carmen Gerardo.


I
Hoy vuelvo al mar y al salitre
anclando el polvo de mi infancia
El mar inocente
roja la mirada
salpicó el vestido nuevo
volvió a habitar el traspatio del zócalo
Todas las palomas reunidas
dejaron de observar la catedral
¿Aún es azul el cielo?

II
La lengua salada
poderoso afrodisiaco
Callada
avanza
Ruidosa
avasalla
Sé un mártir del centro de este puerto
la gente olvida el olor
desprendido del asfalto
El mar
tiene la lengua salada
al vaivén de tus caderas
pone música de salsa
Arrastrada por el norte
hojas
oscuridad
En la arena nadie escribió tu nombre
lo cubrimos con la luna de varias noches
Era simple
no creíamos en nuestra belleza


III
Veracruz
mujer mencionada
libros, leyendas, canciones, poemas
no me canso de ti
ni de la risa emitida por los emisarios
Veo la ciudad avanzar
tan rápido como el destino
Nunca imagine la eternidad del otro
el nudo de su crueldad
bajo las piernas
Y ahí estas tu puerto
Para darme calma
salpicarme los pies con el norte fugaz
Puerto
el carnaval no define tu cadera
solo es el arete que te adorna
En los recovecos del mar
hay una Ilíada y odisea
tomando en la parroquia
un café con leche
Una piedra de sol
en algún programa universitario
Y la música, sí la música
es un amante compartido

IV
Hay un mar
Y mil humores
Cada uno de ellos
una máscara agridulce
Los ovarios nadan
huérfanos
en un río de sangre
Siempre creí recordar la eternidad
al mojar tu rostro

V
Un acento en la luna
los zapatos la agobian con su huella
El faro ilumina la escena
un lápiz en el cielo
entiende su mirada
Agua
ojos de luna
El mar es un pájaro
que devuelve la mirada
Luna
quedas como una botella
perdida
en medio las gotas, lagrimas
no querías

VI
¿Quién es aquella que pensando
enmoheciendo
suspira ante la lluvia
pide el sepelio
en un país extranjero?
¿Quién es aquella
en el remolino del agua?
La naturaleza
no tiene nombre

sábado, 28 de febrero de 2009

Poemas de Lorena Sanmillán



TERAPIA

Tomé el hacha
desbrocé la palmera
y el coraje
se lo tragó la tierra.

******
DIVERTIMENTO
Tiraré los dados
en tu espalda
jugaré serpientes y escaleras
en el tablero de tu piel.
Desde que aparezca
la primer estrellahasta que desaparezca
la última luciérnaga.


*******


NOSOTRAS


La noche amanecía
en nuestra soledad compartida,
oscurecía el espacio en blanco,
leí mi deseo en tu piel de magia
con las uñas esculpiste
tu miedo en mi espalda.
Lloramos a carcajadas
rumiantes de tristeza.
Toda lágrima solidificó en palabra.
Todo verbo decantó en abrazo.
De tu aliento nació
el reflejo moribundo de la luna.
Nos dejamos ser y fuimos
navegamos ingrávidas
por una galaxia de emociones
mar estático de pensamientos
incapaces de percibir los arrecifes
enmarañadas en nudos y enredos
Fluías intensa en mi cuerpo
seca humedad, equilibrio de vértigo
arena ártica en inundado desierto
vestigios de lo que antes
estelas de lo que ayer.
****
ENCABEZADO
Muerta
por
sobredosis
de
a
n
t
i
d
e
p
r
e
s
i
v
o
s
.

Lorena Sanmillán



Lorena Sanmillán
Nacida el 23 de Junio de 1973, regia y de "La Conchita". Arquitecta de profesión, narradora por obsesión. Escribe relatos, cuentos cortos, crónicas y poesía. En el terreno de la arquitectura, escribe ensayos de composición arquitectónica, diseña y construye.
Ha publicado poemas, cuentos, ensayos y artículos de opinión en diversas revistas de Monterrey, Nuevo León. Poemas publicados en Letralia, Tierra de Letras. Participante activa y fundadora del Taller Bocetos de escritores que se reúne semanalmente en la Gargantúa. Su blog: http://lorenasanmillan.wordpress.com/

martes, 17 de febrero de 2009

EL INVIERNO EN LA COSTA DEL GOLFO. Por Jesús Garrido.




El amor es estrecho, tan estrecho como puede ser el mar
cuando se le conoce a fondo.
El amor es líquido, intolerable, escaso. De eternidad relativa,
la propagación de su reino no es más que un juego de niños:
adonde quiera que va lo sobrepasa el deseo.
La vastedad del deseo es un placer adulto.
Lujuria y placer son animales terrestres.
No el amor, sino el instinto,
acaba por dar nombre a todas las cosas.

En nombre del deseo se fertilizan la dunas,
se bendice la zafra, se santifica el trapiche.
En los pueblos de la costa se bebe ron y aguardiente de caña.
Así se da inicio a las fiestas del invierno,
así se abren los puertos a la histeria.
Dolor y fiebre dilatan su rubor a la intemperie,
en abierto desafío a la abstinencia.
La sed arremete como enjambre de avispas.
El genio y el imbécil discuten y se matan
por la misma mujer itinerante.
Desempleados y jornaleros allanan y saquean
la timidez de los muelles.
Los turistas se amurallan en sus cuerpos.
Los comerciantes alquimian sobriamente sus ganancias.
Ebrios de historia y de placer,
los narradores de la carne se
dejan seducir por su auditorio.
El resto de los hombres,
marinos, guardafaros y pescadores,
no confía en augurios
ni en predicciones metereológicas.

El invierno madura en ráfagas inéditas.
Mas, ¿de dónde llega el viento?
De Texas, de Pánuco, de Tuxpan, de la Antigua.
No del mar, sino de la tierra,
no de oriente sino del norte.
En el litoral del Golfo,
el invierno es una necesidad de los sentidos.

Por eso prefiero tierra firme,
a pesar de ti y de tus consignias:
“Amarás al mar por sobre todas las costas
y al viento próximo como a ti mismo.




jueves, 12 de febrero de 2009

martes, 10 de febrero de 2009

La receta : Mousse de Mango. Por Gabriela Velázquez



La Mousse de mango

Para preparar La Mousse, lo primero que necesitas son los mangos. Maduros, pero no mucho. Jugosos pero macizos, que al pelarlos, sientas en los dedos cómo corre el jugo, en tanto mantienes la pulpa entre las manos.
Para la elaboración del dulce, necesitas cuatro mangos pelados y sin hueso.

La fruta más sensual es el mango. Su aroma te remonta a algún lugar en el trópico, donde la vida natural es lo que es, y donde, después de un día trabajando, finalmente te sientas bajo la copa de un árbol de mango y sientes dicho aroma. Éste entra por la nariz, como el amor, con su dulce e incomparable perfume, que te invita. Luego lo tomas en la mano y sientes su suavidad. Lo pelas y no te es posible contener cómo escurre el jugo cada mordida que le das. Se te deshace en la boca y queda ese sabor entre dulce y medio ácido. Pulposo.

Ahora bien, colocas la pulpa en un tazón, le agregas un cuarto de queso crema, suave y uniforme, con la textura mórbida de un edredón de pluma, que enseguida te cubre el cuerpo y permite que sientas como pasa tu tacto a lo largo y a lo ancho de él. La mezcla del queso y el mango resulta en una pasta dulce y firme, firme como el estómago plano que tenías cuando a los 18 años sentiste por primera vez las caricias de tu novio. La misma vez que sentiste el temblor del cuerpo sobre las hojas recién bañadas por la lluvia y no sabías si era el contacto de su mano o el frío de la hierba. Dulce y firme, con un olor que no se olvida.

A continuación, se agregan dos tazas de gelatina de mandarina, disuelta en agua hirviendo, como la sangre que circulaba por todo tu cuerpo cuando por primera vez pasaste una noche entera con él.

Mango y mandarina: tú y él, él y tú, la mejor mezcla que existe. El aroma del trópico y el agridulce de la planicie.

El queso crema da un toque de buen gusto. Todo junto, mezclado todo en uno. Tú y él fusionados en una sola persona y el principio de toda existencia. Sus brazos que forman una red, un tesuto firme e indestructible que no permite pasen otras esencias, otras consistencias. Únicamente las que son: dos, él y tú, el queso y el mango, envueltos en una cortina de gelatina, un velo de pasión.

Finalmente, se deja en el tazón a que enfríe un poco a la temperatura ambiente y se mete en el refrigerador, un par de horas. La textura definitiva es consistente, sin ser dura. Suave, gentil, sutil, como lo es una mirada enamorada.

¡Ah!, fija los ojos en la persona que amas. Firme la mirada, pero dulce, tímida. A veces parece que los ojos sonríen y, cuando ves un par de ojos que te sonríen, es que ellos te aman. Y si pertenecen a la persona que amas, sientes que te derrites al sorprenderlo mirándote. La Mousse de mango es el más sensual de los postres. Para él y para ti, para una cena ligera, para una noche eterna.

jueves, 5 de febrero de 2009

Tres poemas de Mary Carmen Gerardo


Incienso


Cómo no temblar
ante el paisaje imperfecto
Hojas y hierba no dejan de quemarse
espesura de unos labios delgados

El humo inventa figuras
con tonalidades cada vez más extremas
el rosa más intenso
labios mordidos

He prendido una hoguera
para quemar tus ropas
Un olor a incienso
se deja venir

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Si no estoy ahí
¿sabrás que no te quiero?
¿que el azul no me gusta?
Todo el guardarropa
tiene ropa azul



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Entremos al lugar misterioso
sin prender velas
Toquemos a contraluz
una melodía sin música
Seamos ligeros
para caer profundo
en la infancia

miércoles, 28 de enero de 2009


DARIA
Por Jesús Garrido



Miraste de reojo a la mujer recién entrada. Debiera llamarse Lisa u Ofelia, pensaste. Tendría veintidós años y un espíritu fuerte pero ingenuo, a juzgar por su mirada decidida y sin embargo interrogante.
¿Por qué debiera llamarse Lisa? Encogiste los hombros, quizás porque te parecía obvio que una chica blanca de ojos claros debiera responder a tal nombre.
¿Por qué Ofelia? La tragedia, sin duda. Aquella mujer llevaba la muerte tocándole el hombro, recogiéndole los cabellos, floreciendo y deslizándose por la liquidez de su espalda.
- Ni Lisa ni Ofelia- escuchaste a Uriel susurrar en tus oídos. Su nombre es Daria, Daria Ledesma, y todavía no sabe lo que busca en este café de mierda.
Uriel sonaba extrañamente verídico, seguro. Pero Uriel siempre ha habitado en algún lugar de tu memoria y sólo se atreve a manifestarse entre sueños, quizás por eso creíste estar en trance o dormido.
- No, no sueñas- corrigió. Daria Ledesma ha entrado para convencerte de que amas mal y demasiado, que has perdido tu tiempo en fantasías barrocas e inútiles fidelidades. Ha venido hasta este café, al que ni tú ni ella suelen acudir nunca, con el propósito irrenunciable de decirte imbécil y darte un beso en la boca. Ha desafiado a la ley de las probabilidades y se ha atenido a la casualidad para jalarte a su cama y enredarte entre sus piernas. Pero todavía no lo sabe, Daria Ledesma, limpia, blanca, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos.
Sí, ha llegado, tú lo has sabido desde siempre pero te has confundido más de tres veces en los últimos quince años.
-Hace quince, ella tendría siete y yo veintiséis – replicaste. ¿Cómo podría suponerlo, cómo podría no haberme equivocado?
-Porque la miraste a través de otras. Mónica, Marcela, Eunice, ninguna de ellas te amó realmente.
-¿Por qué Daria?
- Porque no viene sola. Carga la tragedia a las espaldas y tú no eres otra cosa que un vividor de la muerte. La muerte es tu alimento, tu madre, tu casa. Un tiempo pensaste ser feliz y sólo estabas ocultándote, porque en la parte más profunda de tu cerebro la has llamado y le has ofrecido flores (yo he estado allí, ¿recuerdas?) y palabras inmensas que perfuman tu cuerpo y los objetos circundantes. ¿A qué huele tu cuarto? Pregunta tu madre ante tu recién recuperada soltería, y tú callas porque no puedes decirle que son los días que te quedan, a quienes esperas dolorido y esperanzado.
Buscaste a Daria por todo el local y la encontraste sola, sentada a la mesa más apartada de la entrada, jugando a adivinar su suerte en el fondo de su taza vacía.
- No te ha visto ni te verá, ha venido a buscarte sin siquiera imaginárselo y tú
no tendrás ánimos para decirle que lo sabes; que su nombre es Daria Ledesma y que hace quince años, ella de siete tú de veintiséis, concertaron una cita en este café, en esta fecha, a esta hora, y que tú no la llevarás a la cama ni ella jugará su vagina entre tus dedos, ni te montará como caballito de feria (sube –baja, una, dos, tres vueltas: agárrate no te vayas a caer) y que tampoco sorberá de ti esa mala suerte que tanto amas y que sin duda también la espera a ella en su casa, una vez que retorne y tome conciencia que, como tú, ha fallado.

viernes, 16 de enero de 2009

Gabriel Fuster, narrador porteño.




Cuando Gabriel Fuster se definió como un mutante de tres piernas, pensé que estaba bromeando como siempre. Hoy, ante las evidencias expuestas en esta foto, pienso que tal vez se trate de un alienígena procedente del planeta Vegeta, capaz de convertirse en Ohzaru cada luna llena. Afortunadamente, al perder la extremidad extra, la amenaza del Ohzaru se desvaneció en el mar del Playón de Hornos. Igualito que la cola de Gokú.

lunes, 12 de enero de 2009

SUICIDIOS EJEMPLARES. Por Gabriel Fuster.



Cuando cumplí los ocho años, recibí mi bautizo de agua lustral.
Anterior a esa edad, mi idea sobre la vida era diferente. Vivía con mi papá y mi mamá y no tenía hermanos, siendo que el animal racional halló la forma de vivir entre los tabúes juiciosamente respetados y la ropa con almidón. Pero ellos decidieron tener otro hijo. Una niña, la pareja ansiada. Y en ese preciso instante se me fincó la responsabilidad de cuidar a la recién nacida. Esto me molestaba por tres razones: a) No era mi hija, b) no sabía pronunciar la palabra responsabilidad, mucho menos escribirla, y c) yo tenía 8 años. A la edad de 8 ocho años se supone que la única actividad permitida por la legislación y la costumbre es jugar. Toda mi capacidad psicológica y motriz estaba diseñada para jugar. Y me gustaba jugar y correr, patear la pelota, chocar los carritos de metal, formar los soldados de plástico, etcétera. Al mismo tiempo, conservaba cierta viveza para la escuela, pero miraba el reloj, el brazo largo persiguiendo al brazo corto, hasta que la campana de recreo sonaba y entonces salía al patio a jugar. Así crecí y avancé en mis grados primarios sustentando esta teoría, en letras rojas: Después de las tablas, tableros. Pero un día, que el dolor de cabeza mortificaba a mi mamá, ella puso a mi cuidado a su hija de 6 años, antes de salir en compra de tabletas.
-Quiero que te pongas a cuidar a tu hermana Mina.
-No quiero.
En realidad no dije eso, pero lo pensé. En su lugar hice mutis, ¿Qué otra cosa podía hacer? A los ocho años, los gritos de los adultos sobre tu cara generalmente te provocan perder el habla y parpadear con intensidad. El problema que cambiaba la respiración del estómago era que a mi hermana Mina no le estaba permitido jugar entre las casas de naipes del vecindario, lo cual implicaba un circuito del mismo tamaño que lo decide la pecera de los carpines dorados, ergo yo no podía salir a jugar con los demás niños. Una alternativa es hacerlo a través de la ventana de tu casa, mientras sea más grande que la pared, pero los niños del barrio piensan que eres presa de una enfermedad. No es igual. Por todo esto, el momento que mi mamá cerró la puerta tras de sí, yo empecé a cavilar la manera de escapar a la disciplina. Así que me transfiguré en iluminado embustero.
-Mina, tú vas a ser grande como yo algún día.
Ella se sentía tan orgullosa cada vez que me escuchaba decirle eso. Mina se queda mirando con obediencia el color de mi lengua, tirando de sus trenzas hasta el desinfle total. Sabía que había atrapado su interés, luego mantuve la presión irremediablemente al piano, para favorecer mi nota más dulce aún.
-Una de las cosas que te hacen ser grande es ser puesto a prueba ¿Qué dices? ¿Tú quieres ser grande?
-Yo quiero ser grande, yo quiero ser grande –repite, aplaudiendo de gusto.
-Bien, te vamos a poner a prueba hoy
Mina asienta con la cabeza, enderezando la columna. Se halla lista para entrar al caldero hirviente, tomándome la mano. La conduzco a la silla mecedora.
-Quiero que te sientes un rato allí y no te muevas.
Mina asiente con la cabeza y trepa a la mecedora igual que el sube y baja.
-Ahora voy a ser invisible por un rato. No me podrás ver, pero yo te estaré cuidando si te mueves del lugar, excepto para ir al baño. Ahora cierra los ojos y no los abras hasta que te toque los hombros.
Mina asiente otra vez y cierra los ojos. Concentrada, se rasca las pecas de una mejilla.
-Estoy seguro que podrás hacerlo. Otra cosa. Si mamá pregunta si te deje sola en algún momento, ¿Qué le dirás?
Mina abre los ojos y me mira fijamente. Abre la boca un par de veces bajo el desgaste de los besos, pero no me da una respuesta.
-Mina, te tardas mucho en contestar.
Mina luce una cara extraviada y lastimada al acercarle todos los focos, al gritarle su penetrante inquisidor. Me preocupa haberme propasado, pero ésta sobrevive el mediodía para conjugar la afirmación digna de aplauso al final.
-Le diré que estuviste aquí todo el tiempo.
Yo sonrío, ella sonríe. La tarde instila mi disfraz, luego salgo a la calle a jugar. Brinco, giro, doy maromas. Todo estaba fríamente calculado como esta dura forma de partir de los trenes en la lluvia. Cinco minutos antes del regreso de mamá en esa hipótesis de compras, ya me encontraba corriendo de regreso a casa.
Mina permanecía sentada en la mecedora.
-Te moviste dos veces –acusé, con el aliento fatigado.
-¿Cómo sabes?
-Te dije que te estaría cuidando aunque no me pudieras ver.
-Bueno, fui al baño dos veces.
-Lo sé, nomás quería ver si me mentías y te crecía la nariz.
-¿Lo hice bien?
-Ni que lo digas. Ya llenas mis zapatos.
Aunque me cueste creerlo, Mamá llega a casa y me golpea con su propia zapatilla. Asustada por las fisuras frías que atraviesan la sala, Mina adquiere mi culpa.
-Soy mentirosa, no fui al baño. Te fui a buscar.
Hago señas que guarde silencio. Mamá vuelve a pellizcarme la oreja.
-¿A qué se refiere tu hermana?
Yo busco comportarme como los suicidas que tienen a la mano su carta póstuma.
-¡Lo confieso, soy culpable! ¡Yo le dije que me hice invisible!
-Bien, veamos que dice tu padre cuando escuche tu explicación sobre óptica y el punto ciego.
-Juro que no dije nada de nuestro juego de las escondidas, hermano.
Para ser honesto, no me importa. Cuanto me roba el sueño es lo que no logro adivinar cómo supo mi mamá que desobedecí y salí a la calle. Llega la urgencia de saber: he aquí un misterio que impone respeto, porque un disparo al aire provoca un alud de nieve.
-Me hice chiquita, del tamaño de un dedal y los estuve cuidando desde un cajón, sin que me pudieran ver.
Trato de imaginar esa posibilidad con el advenimiento de la miniaturización de los dispositivos electrónicos, pero los tubos de vacío son muy jóvenes en un tiempo demasiado viejo. Al día siguiente, fui a pisotear Lilliput. Me volví paranoico. Cuatro décadas posteriores, cada vez que quiero gastármela en una madrecita, finjo leer un contrato. Pero esas son las extrañas cosas que tus padres te inculcan y nunca se olvidan. Pequeñas imágenes como ésta, cuadros que te paran de cabeza: Me hice chiquito, del tamaño de tu conciencia.

miércoles, 7 de enero de 2009

NI PENÉLOPE NI GLAMOUR. Por Jesús Garrido.




Decidió no esperarlo más, saltarse el protocolo de las llamadas mutuas a altas horas de la noche sólo por sentirse dulcemente asediada, como cuando tenía veinte años y el corazón indemne (muchas veces se preguntó que tendría que ver esa “bombita sangrante” con el amor). En consecuencia, tampoco aguardaría hasta el día siguiente para descubrirlo desde la comodidad de la ventana de su cuarto, ávida espectadora, entre la luz del domingo, volteando a un lado y otro antes de cruzar la acera, después de dejar el auto a la vuelta de la casa porque, según él, “nunca hay lugar donde estacionarse en esta insufrible ciudad”.
No, aquello no podía seguir. Decidió que ya era hora. Seguir esperando era demasiado.
Ya había esperado al primer marido para entregar por primera vez su cuerpo, lo mismo que al primer amante para confirmar que nada es para siempre. Luego llegaron otros a accidentarse y dejarse caer sobre la línea discontinua del pavimento, semejando una larga fila de víctimas o victimarios que nunca supieron conducir su alma de mujer inmanejable, sin asomar la cara por la ventanilla y vociferar en contra del tránsito lento de los días, paradójicamente vertiginosos.
Había estado pensando en él toda la tarde, masturbándose en silencio –porque ¿qué dirían los vecinos?- primero limpia, suavemente; ruda después, aferrándose al vibrador como a un crucifijo absolvente, fetiche religioso que ella maniobraba como en un cambio de velocidades.
-Juliana, Juliana- se había escuchado a sí misma susurrante en los oídos, y su nombre había sonado lejano y temido, como si invocarse a sí misma la convirtiera en su propio amante; un ser hermafrodita: ELLA el hombre, la madre y el santo espíritu, bendiciendo urbi et orbi desde su nube artificial de orgasmos instantáneos “marca Acme, por supuesto” ( ¡ay, esa inmadura afición de su primer marido por las malditas caricaturas!).
La extemporánea alusión había roto el encanto y ella se adivinó sola desde hacía muchos hombres.
-Juliana, Juliana-¿Quién persistía en llamarla a través de la distancia y la nomenclatura citadina? -Juliana, Juliana- Definitivamente no esperaría más. Se vistió de prisa, sudada y con el deseo insatisfecho, sin el consabido cuidado en el maquillaje ni en la perfecta y proverbial coordinación de sus ropas. Bajó las escalera, salió a la calle, abrió la portezuela de su auto, encendió el motor; la noche corría precipitada.

- ¿Por qué no esperas otro poco, Juliana Penélope? ¿A quién vuelas a encontrar, Penélope Juliana, al volante de un auto que cada vez más se convierte en un punto rojo en medio de los mapas enrevesados?




ZAPATA, ESQUINA BOULEVARD por Jesús Garrido

El tiempo pasa de largo por entre las gotas sublevadas La ciudad empieza ahí donde la furia toca tierra y el mar parece reclamar po...