lunes, 8 de marzo de 2010

SEMIRAMIS. Por Jesús Garrido.













Decidió crear un jardín sobre el ancho barandal de la terraza: un ejército de macetones de plástico y barro, tiestos obsesivos y jardineras dispuestas en zigurat, para enmarcar la luz y aromatizar el fuego de mediodía o la brisa salitrosa que carcome paredes y devora las ansias de una huída nocturna.
Las plantas, en especial las flores, ejercen sobre ella un efecto tan parecido al hipnotismo, que podría sentarse horas en la contemplación de los tallos, sépalos y corolas; del azar selectivo de sus pétalos, siempre dispuestos; del “himen” que circunda y sella los estigmas. ¡Ah! Si no lo considerara ridículo, ella misma escribiría una metáfora o, mejor aún, todo un tratado científico acerca del placer del gineceo: un Eroticum Plantarum, parafraseando a Linneo, y ya se sabe que éste tuvo muchos detractores.
En su casa natal, que no visita desde hace varios años, hay un huerto y un jardín que se extienden hasta las faldas de un cerro; más allá, una cañada en cuyo fondo puede accederse a una cueva con pinturas rupestres: – Tú sabes, -me dijo- escenas de caza, persecución y muerte de algún venado o armadillo (ya ves que nunca he podido distinguirlos, esos indígenas dibujaban muy a lo Picasso -, además de los irreverentes grafitis que algún excursionista solitario, o su tribu completa, había escrito con el marcador más primitivo, endémico e indeleble: Tú y yo, o Nadie estuvo aquí.
Cuando llegó al puerto vivió en varias pensiones para estudiantes y gente soltera, casonas tristes y mal ventiladas donde el calor y la humedad se hacinaban entre las carnes de los huéspedes, sitiando, royendo, pulverizando cartílagos y huesos. Sobra decir que tales establecimientos no contaban siquiera con patios, terrazas o pajareras, pero lo compensaba el amor que, de cuando en cuando, clandestino y torpe, tomaba por asalto ciertas habitaciones.
El departamento que ahora habita tampoco cuenta con espacio terrestre para pensar en jardines, pero sus balcones ofrecen ciertas posibilidades. Pequeñas plantas colgantes, macetas con cactus y sávilas, amén de las impresciondibles herbáceas lisonjeras, empiezan a aparecer y se suspenden en el aire como terrazas edénicas, torres de babel en clorofila y a la inversa, cuerpos que se desmayan hacia la acera, como queriendo tocar las ramas espinosas de la bugambilia que, en un alarde por llevar la contra al asfalto y al concreto hidráulico, crece incircuncisa a la entrada del edificio.
-Estoy contenta, - me escribe- aunque tú no estás aquí el salitre insiste en traerme tu recuerdo. Por eso he sembrado plantas resistentes a la costa: agaves y aloes, y me arriesgo con flores que, en apariencia débiles, están demostrando desafiar el viento y las arenas: mis rosas rojas, tus flores azules-.
Y sé que así es, seguramente. Semiramis es, ella misma, una flor fuerte. No me espera, sabe que no hay remedio. Por eso vive con quienes vive, y es feliz con sus afectos y amoríos.
Yo también camino enraizado con un nomeolvides en el pecho.

lunes, 1 de marzo de 2010

CARPE NOCTEM. Por Jesús Garrido



De noche
como los gatos
todas las flores son pardas
todas las plazas alcobas
toda ciudad la misma

De noche
sin continuidad ni cambio
las manos dirigen su torpeza
contra todo amor que se proclame
por unos minutos
además de eterno
indivisible

Alguien
menos ingenuo
quizás te lo haya dicho:
La noche
no es el parpadeo monocolor
en los semáforos
eufemismo de las sombras
ni la contemplación inútil
virtud amañada
del subconsciente

No es la noche
tampoco
la vigilia
ni el sueño de los justos
epicúreos estoicos o hedonistas
ni la doble ruptura
que materializa el alma
y succiona la sangre

De noche
está por demás decirlo
toda palabra es ausencia
o anarquía
pero hay que hacerle espacio
a la confusión latente




ZAPATA, ESQUINA BOULEVARD por Jesús Garrido

El tiempo pasa de largo por entre las gotas sublevadas La ciudad empieza ahí donde la furia toca tierra y el mar parece reclamar po...