martes, 25 de mayo de 2010

PENSARTE ANFIBIECIDA. Por Adán Echevarría. Del libro Detrás de la sombra, Editorial Homo Scriptum. 2009.



Has recorrido el cuerpo
has paseando tus sangrantes senos sobre mi cordura
¿qué te place mas que moverme sobre el equinoccio?
¿esta ratonera que soy?
¿esa gusanera que te va esperando en el hoyo?
Sólo un pedazo de carne se nos queda
y esta maldita razón de recorrerte
Me habitas
Aletean los cuervos y tus manos
se hacen pergamino para gritar mi nombre
En tu gemido de loba
me he quedado dulce
como la fruta que juntos comeremos
los últimos días de la palabra femenina
los últimos versos de la espalda
La huella sigue
continúa el árbol inquieto tiritando flores
inflorescencias en los párpados
y tus dedos de acero escarbando en la garganta

miércoles, 12 de mayo de 2010

LOS REPTILES NO TIENEN MEMORIA. Por Ariel García.


Concierto de Los Lagartijos en el Estadio Heriberto Jara Corona de la Cd. DE xALAPA


Para mis amigos de incontables y olvidadas batallas

No sabría escribir sobre el pasado. A veces pienso que todo fue un triste invento de mi imaginación. Dicen que en la facultad de antropología de la UV existió un grupo llamado los lagartijos1. Dicen que yo tocaba con ellos, pero quien más tocaba era Andrés Brizuela, de allí los otros virtuosos eran Homero Ávila y Juan Pablo Zebadúa, hoy ilustres y respetables doctores. Así que, amable lector, ponte de pie y salúdalos de mano.
Cuando era niño me burlaba de los viejitos porque me contaban la misma historia con diferentes y opuestos detalles, sonreía y pensaba: pinches viejos mentirosos, me quieren hacer wey. Pero a mis cuarentas descubro que toda memoria es una trampa, por ello es que decido desnudar los engranajes de la mía.
Manos a la obra.
Conocí a mis camaradas por un azar que no es casualidad. Íbamos en grupos diferentes del primer semestre de antropología y , con la natural asimetría de la vida, estuvimos en riesgo de no conocernos y coincidir. En una borrachera empezamos a dialogar sobre rock. En nuestra post adolescencia casi toda plática arañaba la superficie de las cosas, pero la realidad era más divertida de ese modo. A los dieciocho no hay mejor tema que la ausencia de futuro (y seguramente también de pasado). Miguel De la Madrid estabilizaba la economía de la nación con agresivas medidas neoliberales, la población empezaba a alebrestarse y ya se veían en horizonte los primeros nubarrones de la crisis post-electoral de 1988. El PRI sólo era el PRI, y nadie imaginaba la aparición de sus réplicas en la piel del PAN y del futuro PRD.
Dos temas dominaban nuestras preocupaciones: el rock y la democracia (o la falta de ella). Fue un acto pro-natura coincidir con el movimiento estudiantil conocido como Movimiento Democrático de Humanidades (MDH). Un amague del mismo se dio a finales de 1986 y su pleno desarrollo en 1987 (cronistas e historiadores, por favor no me corrijan que estoy escribiendo sin archivos a la mano). A la facultad, es decir, a mis compañeros, les debo la conciencia de tener derechos, aunque no los merezca ni los sepa defender.
Libertad y Democracia eran palabras casi sagradas para los jóvenes de mi generación. Esta generación era una incómoda minoría, hay que reconocerlo. Además el momento histórico era propicio, siempre es más fácil luchar contra un tirano (en nuestro caso el PRI), que construir verdaderos espacios de libertad y disonancia. Siempre es más fácil reclamar en lo abstracto que trabajar en lo concreto. Nuestro pequeño espacio de lucha fue la Unidad Interdisciplinaria de Humanidades de la Universidad Veracruzana, la unidad fue tomada más de treinta días que fueron los más felices de aquel año. Sería ridículo darnos baños de pureza. Nuestro pliego petitorio solicitaba mayor democracia a la autoridad y tal vez la caricia de alguna compañera. A mí nunca me tocó nada. Mis compas eran (son) unos hipergalanes, de esos que se daban el lujo de despreciar nenas por no estar a la altura de sus vidas. Eran unos castigadores. Vaya palabrita.
Con el paso de los años comprendo que Tiempo es una palabra capaz de fatigar el lomo de mis libros. El presente es caótico y sólo la distancia le da sentido. Un orden, un poquito mentiroso, pero orden al fin. Reconozco que mis datos no son precisos, y francamente esa época se me va haciendo cada vez más nebulosa. Tal vez porque ahora tengo un gramito de lucidez acepto mis limitaciones como aprendiz de roquero y futuro habitante de un Estado fallido. No obstante, puedo afirmar que éramos un buen grupo con un guitarrista genial, un gran animador en el bajo y la voz, un intelectual en ciernes en la bataca y un agregado cultural, que era yo, insoportable de tiempo completo.
Sobra decir que los aprecio por dejarme tocar. En verdad fueron muy tolerantes. Y esa paciencia rindió frutos en la posibilidad de ejecutar nuestras rolas en vivo (con más desgracia que fortuna). ¿Qué tocábamos? Buena pregunta, yo diría que tocábamos rock, pero, ahora que lo pienso, no éramos exactamente un grupo de rock. Hubo momentos en que el repertorio era más caribeño que rockero. Debo reconocer que nunca aprendí a tocar ritmos tropicales por más que Andrés y Juan Pablo se esforzaban en enseñarme. Por nuestras venas corría más feeling que técnica interpretativa, con la ya citada excepción de mis compinches. Unas baladas rancheras no hubieran caído nada mal.
He aquí un pequeño inventario de nuestras influencias musicales: Andrés : reggae y ritmos caribeños, y creo que algo de metal revuelto con merengue (es un tropo, no se confundan); Homero: pura vanguardia gringa y europea; Juan Pablo: iguanas con sus ranas, mas U2 y The Police; Ariel: Rockdrigo, los Beatles, el Tri , Rigo Tovar y la Sonora Matancera. ¿Qué resulta de todo eso? Pues eso, una mezcla (¿más mezcla maistro?) bastante interesante. Ahora comprendo porque la gente nos miraba con sorpresa y horror. Nuestra propuesta musical estaba reservada para mejores épocas. De un servidor mejor no opino, me gustaba tocar borracho para evadir esa verdad de no saber tocar, con el tiempo perdí el miedo pero no me volví valiente (ni aprendí a tocar).
Tocar es muy padre, creo que en esa época nuestras presentaciones eran puro acto de valor y casi una obra de teatro. De cada tocada se podía colectar cientos de anécdotas, algunas de humor delirante y otras poco afortunadas (como la vez que escapamos de la policía por un crimen que no cometimos). Además, tocábamos canciones propias, eso por iniciativa de los otros tres. Yo nunca vi a los covers con malos ojos. De hecho, esta escritura es un cover del tiempo que vivimos.


Ariel García, Andrés Brizuela, Homero Ávila y Juan Pablo Zebadúa, Los Lagartijos, con una grupie de aquellos tiempos.







Todo es político, me confesó Homero que le dijo Bono, el de U2, cuando les propuse tocar para los compas de pedagogía ¿Fue en el 90? (ellos, en su mayoría eran contrarios a nosotros, los libertarios y propietarios eternos de la verdad). Y como todo era político pues no tocamos. Hoy lo volvería a proponer y ganaría la discusión porque en lo nuestro, que era rock y los rollos libertarios nunca perdíamos. La fe nos hacía invulnerables a la autocrítica, y nos volvió completamente intolerantes (¡ah, touché!). Para mí el grupo era un Caballo de Troya, lleno de rebeldía, aún en territorio enemigo hubiéramos impuesto nuestra ley. No me disculpo pero acepto, en mi casi vejez, que es bueno amar ciertas verdades, aunque éstas no duren para siempre (será preciso llamarlas medias verdades). Era padre dar por sentado lo inevitable del cambio que borraría la miseria de Latinoamérica. Los ignorantes solemos ser ingenuos. Yo, y no sé cuántos más, esperábamos una transformación inevitable en el mundo. Veía un capitalismo herido de contradicciones, el Imperio Norteamericano se desplomaría por las fuerzas negativas que anidaban en su vientre como un alien que nunca brotó. Los cuentos infantiles nunca fueron mi fuerte. Y francamente, mi verdad sí peca y también incomoda.
Ese fue el problema, enviábamos balones a la cancha de la vida y la historia nos regresaba sandías (esta frase se la robé a Dirceu, pero ya quedamos en que no soy perfecto). Entre 1989 y 1991, el mundo cambió con una velocidad no vista desde la rendición de Alemania en 1945. Como en una película de avance rápido sucedieron las revueltas de Tiananmen, la caída del muro de Berlín, la ofensiva de FMLN sobre la capital de El salvador y los combates en hotel Sheraton, el bombardeo norteamericano a los barrios panameños en busca de un hijo de la chingada que ellos habían protegido, y luego en el noventa rugieron los panzers, perdón, los M2 Bradley, sobre las arenas de Irak. El futuro había llegado y nos agarró soñando, ninguno de mis compañeros esperaba la derrota electoral del Frente Sandinista, ni que Daniel Ortega se convertiría en el Marcial Maciel de izquierda latinoamericana. También empecé a dudar del castrismo. Para colmo, se estrenó la tercera parte del El Padrino, que fue una reverenda porquería. De allí p’al real todo fue cuesta abajo, por lo menos en mi vida.
En 1990 me fui a trabajar a Tantoyuca, Veracruz, y abandoné Xalapa, y dejé lugares y cosas que dan vida a estos recuerdos. No lo sabía entonces, pero Los Lagartijos se constituyeron en el núcleo de otro círculo de amigos, que gracias a Dios no eran similares a quien esto cuenta, pero eso sí, eran bien responsables y chambeadores, y que son mi otra familia.
Después llegué a Veracruz. El puerto merece un capítulo aparte porque me dio nuevos amigos, el regalo de la poesía, dos tumbas que son mi playa y mi refugio. La memoria de un huracán que ya no vive en mi cabeza.
Nunca volvía Xalapa, y en cierto sentido, este que escribe es un fantasma de sí mismo que agradece estar vivo y que de vez en cuando va a tocar unos rocanroles con Homero y Juan Pablo. El pasado es un libro personal que reviso muy poco. Pero cada vez que me acuerdo vuelvo a creer en el ayer y en toda forma de optimismo que valió la pena ser vivido. Creo en esta memoria que traiciona cuando me conviene y cuyas raíces son tan fuertes como la historia real de mi vida imaginaria. Creo en la mentira de ser los mismos que cuando empezamos. Creo en el silencio de nuestras canciones y en estas líneas cuyo punto no es final, pero también se le parece.
Tocar rocanrol es bueno para mi alma, es mejor que beber y tomar viagra, porque al final del día lo que arde en el corazón en sus cenizas permanece y con el tiempo resucita.
Ariel García Martínez
Desde algún lugar de la Avenida Encanto
Xalapa, Veracruz a 30 de abril de 2010
1 El grupo duró más tiempo, pero esa fue la primera época, desde la fundación en 1987, hasta mi partida en 1990.
2 Entre cuyas filas había mujeres bellísimas que tenían un mejor planteamiento teórico que las antropólogas.


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