Nuevamente para Poison Ivy y la Mónica Lewinski. Y ahora también para
Aimeeé de Altamira (La mutante de Corazón salvaje)
No sé si conoce o no el amor, si la razón de su identidad oculta tenga más que ver con el pudor del amante prohibido o con la frágil intimidad del super héroe. Lo cierto es que la esfinge se pasea por las calles del puerto con la gracia suicida de quien ha perdido todo.
Vestida siempre con blusa y pantalones negros, esta mujer, mítica y contemporánea, sedentaria y postmoderna, transita por los parques situados entre el malecón y la antigua terminal de trenes, aunque hay quien asegura haberla visto deambulando por las Playas de Mocambo y los alrededores del “Pirata” Fuente.
Limpia y perfumada, el antifaz que cubre su rostro no provoca la risueña compasión de los paseantes ni la feroz ironía de los noctámbulos asiduos a La Puerta del sol, los portales, El Muelle Inglés y otras cantinas de alta y baja ralea.
Mujer de ademanes torpes y andar acelerado, nadie osa pensar en su locura, ni cuestionar su posible sobrepeso: la esfinge provoca un respeto fetichista, por religioso.
No suele hablar con nadie, pero sus ojos parecen llevar registro de cada transeúnte que se cruza a su paso. Su mirada es fría y eficiente, estadística, profesional.
Ni prostituta ni adivina, dicen que conoce a cada habitante de Veracruz por su nombre, aún sin haber cruzado palabra ni intercambiado mensajes extra lingüísticos.
Antes que en el morbo o la curiosidad, su relación con la ciudadanía se basa en la complicidad: la complicidad entre quienes se reconocen eternamente anónimos y ven en ese anonimato la más completa impunidad, soledad en muchedumbre.
Porque ella conoce los sueños de todo aquel que la ha mirado a los ojos.
Ella propicia la duda en quien se ha declarado feliz.
Ella arrincona bajo sus ropas la evidencia de su muerte.
Ella escribe poemas para ser leídos después de la tumba.
Ella ha declarado absurdo el concepto del absurdo.
Ella me salva de mí mismo y me acerca al disparate.
Ella duerme conmigo como se estudia una maestría a distancia.
Ella no cree en las promesas ni en los premios literarios.
Ella no baila rumba pero paga la orquesta.
Ella prefiere cartoon network al canal de Conaculta.
Ella es sabia y de buen gusto.
Ella se zambulle en el mar por las monedas que no serán allí arrojadas.
Ella no es ella sino otra.
No sé si conoce o no el amor, pero la esfinge es mi heroína de almohada, de sábana y preservativo.
Ella es más rápida que una bala cada vez que salta conmigo los más altos edificios.
No sé si conoce o no el amor, si la razón de su identidad oculta tenga más que ver con el pudor del amante prohibido o con la frágil intimidad del super héroe. Lo cierto es que la esfinge se pasea por las calles del puerto con la gracia suicida de quien ha perdido todo.
Vestida siempre con blusa y pantalones negros, esta mujer, mítica y contemporánea, sedentaria y postmoderna, transita por los parques situados entre el malecón y la antigua terminal de trenes, aunque hay quien asegura haberla visto deambulando por las Playas de Mocambo y los alrededores del “Pirata” Fuente.
Limpia y perfumada, el antifaz que cubre su rostro no provoca la risueña compasión de los paseantes ni la feroz ironía de los noctámbulos asiduos a La Puerta del sol, los portales, El Muelle Inglés y otras cantinas de alta y baja ralea.
Mujer de ademanes torpes y andar acelerado, nadie osa pensar en su locura, ni cuestionar su posible sobrepeso: la esfinge provoca un respeto fetichista, por religioso.
No suele hablar con nadie, pero sus ojos parecen llevar registro de cada transeúnte que se cruza a su paso. Su mirada es fría y eficiente, estadística, profesional.
Ni prostituta ni adivina, dicen que conoce a cada habitante de Veracruz por su nombre, aún sin haber cruzado palabra ni intercambiado mensajes extra lingüísticos.
Antes que en el morbo o la curiosidad, su relación con la ciudadanía se basa en la complicidad: la complicidad entre quienes se reconocen eternamente anónimos y ven en ese anonimato la más completa impunidad, soledad en muchedumbre.
Porque ella conoce los sueños de todo aquel que la ha mirado a los ojos.
Ella propicia la duda en quien se ha declarado feliz.
Ella arrincona bajo sus ropas la evidencia de su muerte.
Ella escribe poemas para ser leídos después de la tumba.
Ella ha declarado absurdo el concepto del absurdo.
Ella me salva de mí mismo y me acerca al disparate.
Ella duerme conmigo como se estudia una maestría a distancia.
Ella no cree en las promesas ni en los premios literarios.
Ella no baila rumba pero paga la orquesta.
Ella prefiere cartoon network al canal de Conaculta.
Ella es sabia y de buen gusto.
Ella se zambulle en el mar por las monedas que no serán allí arrojadas.
Ella no es ella sino otra.
No sé si conoce o no el amor, pero la esfinge es mi heroína de almohada, de sábana y preservativo.
Ella es más rápida que una bala cada vez que salta conmigo los más altos edificios.