AHORA QUE HAGO CUENTAS.
Los motivos de la manada y los frutos del Tercer Festival Internacional
Afrocaribeño.
Jesús
Garrido
Introducción.
Hace diecisiete años, del 7 al 16
de junio de 1996, se llevó a cabo en la ciudad de Veracruz el Tercer Festival
Internacional Afrocaribeño. Muchas cosas, aparentemente intrascendentes y que
con el paso del tiempo han ganado relevancia, ocurrieron en el marco de tal
evento:
Juan Joaquín Péreztejada, poeta porteño, cambió su nombre durante poco
más de una semana por el de Juancito, así con acento cubano (según lo confesó
él mismo en el número 62 de la Ventana cerrada, revista porteña de literatura y arte ).
Francisco González Clavijo, catedrático cubano y más tarde director en
la Licenciatura en Historia del Arte de la Universidad Cristóbal Colón, en
donde tuve el guste de colaborar con él, llegó a Veracruz, y ya no regresó a la
isla.
El licenciado Pablo Pérez Kuri, el popular “Colega”, en ese año director
del Ilustre Instituto Veracruzano, convidó a todo el que quisiera una mariscada
en su terreno de la Isla del Amor, en el estero, como colofón a la presentación
de tres libros de décimas jarochas. El postre estuvo a cargo de las famosas
Nieves del Malecón, que entonces sí que
tenían sabor.
Y, finalmente, ahora que hago cuentas, uno de aquellos días concebimos
Mari Carmen Gerardo y yo a nuestra hija Belén, nacida nueve meses después, en
marzo de 1997. ¿Alineación planetaria? ¿Gajes del oficio?
A mí se me invitó a presentar, junto con el escritor Mario Muñoz, estando de moderador Juan Joaquín Péreztejada, el libro de poesía Algunos pelos del lobo, Jóvenes poetas cubanos. Ahora, el dramaturgo Reynaldo Carballido me ha pedido, como una especie de retrospectiva, el texto que leí en aquella ocasión con motivo del Encuentro de Escritores a realizarse en Tuxtepec, Oaxaca, los días 17, 18 y 19 de octubre. Reproduzco aquí mi
participación.
Los motivos de la manada
Yo soñé un abrazo /fiero, elemental…
Así comienza un poema de Ada Elba
Pérez, poeta, cubana, en este instante renacida.
Yo soñé un abrazo/ fiero, elemental.
La poesía suele ser eso, un
cúmulo de bestiarios. Suele aprisionarnos, cambiarnos el talante. La poesía,
ese voraz aullido.
La nueva poesía cubana (con
alguna denominación he de empezar) arranca de sí misma como quien recapitula:
afirma y corrige. Esto es, dicho arranque es un reinicio.
El libro Algunos pelo del lobo, editado por el Instituto Veracruzano de la
Cultura en su colección Cuadernos de Cultura Popular, es apenas un muestrario del trabajo poético
de quince jóvenes cubanos. Quince autores nacidos entre 1956 y 1971. Quince
pisadas frescas.
Si bien lo en él expuesto no nos
permite profundizar con certeza en los alcances de cada poeta (insisto en el
carácter limitado de toda muestra, de toda edición gregaria), el libro alcanza
a delinearnos los contornos de la isla, el cubano territorio de este segmento
de la manada.
La difusión que hay en México
acerca de la literatura y, en general, del arte en Cuba, es más bien limitada.
Aunque, de cuando en cuando, llegamos a conocer algunos detalles, algunos
reencuentros.
En la edición número 49,
correspondiente a junio-julio de 1991, la revista Blanco Móvil recoge un muy ilustrativo texto de Osvaldo Sánchez (La
Habana, 1958), titulado “Los hijos de la utopía”, en el que da cuenta de la
situación de la llamada Generación de los Ochenta.
Para Osvaldo Sánchez, dicha
generación de jóvenes que empezaron a publicar a partir de tal década, retoma
la herencia de los poetas revolucionariamente sobajados, la generación de los
Cincuenta. De allí el reinicio, la vuelta a lo inacabado.
La revolución cubana terminó por
imponer normas estéticas y políticas a las artes, corsés ideológicos a la más
insujetable de las expresiones artísticas, la poesía.
Las editoriales en los setenta,
por ejemplo, afirma Sánchez, “publicaron miles de libros escritos en una noche
por aquellos poetas del setenta, tan ufanos con su tuteo con la Historia… el
kermesse de las evidencias”.
El desencanto de las nuevas generaciones
trajo consigo, primero, un retorno a las estructuras tradicionalistas: la
décima, el soneto, el romance; y por último, a un rompimiento con el
conversionalismo, es decir, con la hegemonía del discurso sobre la poética.
Al darse el rompimiento, los
autores de inicios de los ochenta renunciaron también a estructuras y formas, a rigor y funcionalidad en los
versos. Era, paradójicamente, el poeta de los poetas viejos: los sobrevivientes
anteriores a la revolución. La generación de los cincuenta fungió como tutor natural de los nuevos creadores
cubanos. Su gusto por lo mundano, su predilección por autores un tanto alejados
del modelo panfletario, de los poetas sociales de la Europa comunista, del
ascetismo brechtiano, amén de un culteranismo solazado en su oficio poético,
llevó a tales maestros a la resurrección.
Así, y siempre en opinión de
Osvaldo Sánchez, las influencias de los nuevos autores fueron heredadas:
Whitman, Rilke, Kavafis, Ginsberg. El oficio recién recuperado. Pero, ¿en
verdad han soltado a los lobos? De tal suerte, si al final de la década
pasada (entonces me refería a los ochenta), Ramón Fernández Larrea, en
“Poema transitorio” declaraba: Es difícil
vivir sobre los puentes/… la cegadora luz siempre estará más adelante.
Alberto Acosta-Pérez confiesa en
los noventa: Estoy contigo en el país que
no existe/ han volado todos los puentes.
Los quince poetas presentados en
este libro tienen, además, otra cosa en común, banal si ustedes gustan, pero
evidente: todos han ganado premios literarios y todos han sido publicados en su
país, o están a punto de serlo, por Ediciones Extramuros. Dos de ellos ya
habían sido presentados en nuestro medio, en la revista Blanco Móvil, como hijos predilectos de la utopía. Ellos son: Ramón Fernández Larrea y Sigfrido Ariel. En
ambos casos, la elección se sostiene, ambos producen en mi ánimo la impresión
de que la bestia se mueve. Lúdica, va.
Tracemos ahora algunas rutas para
el libro.
Ruta 1. Hay una preocupación por retomar a los clásicos, la
historia, las preocupaciones filosóficas; de hacerlos actuales o de dotar al
presente de sus raíces soterradas.
¡Tú eres Odiseo! Yo, su imagen ilusoria/ Eres el Padre y el Esposo/ Yo
no viajé a Troya ni regresé a Ítaca. / Sólo atiendo a estos puercos. Soy
Pastor.
Jorge
Luis Arcos, “Las razones de Ulises”.
También yo/como otros/ después de tantas sucesivas edades/ de caminar
a tientas por los recodos de la especie/ me he preguntado/ quién soy/ a dónde
iba cuando me detuvieron/ junto a la fecha de mi nacimiento/ y cómo es el
pedazo de eternidad que habito.
Judith Pérez Herrera, de “Cantos para un corazón cercano”.
Pronto vendrán ancianos/ entregándose en libres hedonismos/ ¿Cómo
podré hallar el verso,/ cómo contendré la canción ofrecida,/ física?
Alexis Soto Martínez, “Vamos agonizando”.
Mi oráculo es el silbido tenue de los autos/ simple aviso de que
moriré asfixiado/ lejos del jardín de los dioses/ no he sido el primero/
tampoco el último que aúlla/ he sido a veces séneca/ otros dionisos cruel bajo
los mantos…
Gerardo
Fernández Fernández, “El llanto del
escriba”.
Ruta 2. Hay un tiempo de
amar y de aparearse, de transitar impunemente el amoroso verso. Hay también un
tiempo de agonía en el suelo propio.
Yo jugando sobre ella con máscaras y lengua/ ella destinada a ser
ángel de miel/ tan pequeña/ arrollándome en el canto armonioso escondido en su
frente/ en los ojos del corzo joven/ que sube y dibuja las curvas en vuelo de
la alta tensión/ como sube una nube blanca
sonora y hambrienta.
Alberto Acosta-Pérez, “Alabanza del sueño”.
Si a una muchacha dijera aquí estoy/ desde el candor de este viernes/
me tumbaría del cielo con guiñar un ojo tierno.
Raúl Dopico Echevarría, “Desde el candoroso esplendor de un viernes”.
Ruta 3. Hay un mar al
frente y hay un mar a las espaldas. También hay sal a mis costados. ÑPor eso es
mejor ser isla, vivir solo.
Un barco anuncia la caída del verano/ Un capitán desciende por su
barba/ un marinero escupe sobre el espasmo de su concha.
Norberto Marrero Pírez, “El
trópico”.
Como un reposo digo y pienso/ brazo de mar. / Volvemos de balnearios
donde flores boqueantes/ de los jóvenes muertos./ Paisajes y personas bajo un
tono escarlata/ porque así es el color de tu brazo/ mientras sostiene el
libro;/ exhausto, sin lo rústico,/ brazo de mar.
Alessandra Molina, “Lectura”.
Ruta 4. La madurez.
Inocentes ponían dulzuras en el mantel/ cortaban la tarde tierna y la
acostaban en cestos/ el pan desesperado de la esperanza puesto ahí/ las gotas
las gotas las gotas del vino amargo de arañas/ que ellos confundían con la más
tibia inmediatez.
Ramón Fernández
Larrea, “El gran río de los dos corazones”.
Ruta 5. Hay un dios
irreverente, escribiendo de sí mismo y de otros dioses más extraños. Hay un
espacio, un templo circense, presto a los milagros laicos y juegos de
equilibrio. Hay un vértigo donde se confunden las causas con el yo original.
Están entrando en Cristo por sitio no sagrado. Vienen a desgarrar los
clavos propios, la costilla expandida que Adán pobló de cruces.
Caridad Atencio
Mendoza, “Están entrando en Cristo…”
El circo es una extravagancia terapéutica para amansar las bestias del
convite/ el circo:/ otra porción de narcóticos/ otro pabellón de huérfanos que
se apaciguan el DON de su locura con mártires o vírgenes.
Omar Pascual Castillo, “Estatuas de lluvia”
Ruta 6. Pero hay también la
sorpresa que surge de lo no aparente. La verdadera sorpresa nos asalta con el
vocablo más sencillo. La sorpresa es la herramienta más difícil del más
sencillo verso. El mayor gozo es tal sorpresa.
María, apenas son las cinco/ en mi candor y ya los pájaros/ me huyen
del café, renuncian/ absoluta y dulcemente al pedazo admitido…/ Ya me tapo,
María, el desaliento, y hasta saco a soñar/ mis animales frágiles, mis bestias
canceladas.
Ada Elba Pérez, “Carta”.
Quiero ser árbol y otoñar limpiamente/ venga a mi corteza el mundo/
para una criatura desnuda no faltarán las hachas
Mariana Torres, “Mal de raíz”.
La ventana que tengo es la que salto…/ La ventana es de cal. Me gasta
en humo.
Rito Ramón Aroche, “Un pájaro se cuelga…”
En medio de la casa crece un árbol/ Allí se posa el animal más tierno/
Allí se guarda el pan/ Allí se esconde este mantel pintado
Sigfredo Ariel, Mientras tanto amanece”.
Quizás alguien pueda trazar rutas diferentes. Alguien puede mirar lo
que no puedo distinguir: ¿de qué color es mi alma, mi miedo, mi alarido?