viernes, 23 de abril de 2010

HUMOR Y LITERATURA. DÍA MUNDIAL DEL LIBRO Y EL DERECHO DE AUTOR. Por Jesús Garrido.





El filósofo griego Aristóteles afirmaba que el hombre es el único animal que se ríe. Las pesquisas e investigaciones histórico-literarias no alcanzan a dilucidar si el tal Aristóteles pidió perdón a los animales por tal desvergüenza comparativa. En todo caso, existe una larga lista de escritores que se valen de un recurso similar pero inverso (mostrar a los animales con comportamientos humanos) para, generalmente en tono humorístico, evidenciar defectos, virtudes, y aún tratar de moralizar y corregir al más corrupto de nuestra especie.
Ejemplos obvios y fáciles de este afán, a la vez pedagógico y artístico, son las fábulas de Esopo o Lamartine. O aquella de la hormiga y la cigarra de Félix María Samaniego que, de tan divertida, no me deja dormir todavía hoy, mucho tiempo después de pasada la infancia, pensando en la pobre cigarra muerta bajo el frío y la nieve del invierno por el único pecado de hacerse la vida más llevadera cantando y por no trabajar desaforada como la paranoica hormiga que no tenía tiempo ni para tomarse un cuarto de taza de café con sus congéneres. Un ejemplo humorístico-moralizante más reciente sería Rebelión en la granja, novela de George Orwell, donde se reproducen comportamientos de envidia, y de una enfermiza ambición de poder propias de los regímenes totalitarios.
Pero volviendo a Aristóteles, el problema de escoger una cita suya es que parece ser que la dijo o la escribió en serio, como también llegó a decir muy ceremonioso que el hombre es un animal político (zoon politikon). Ignoro cual máxima se le ocurrió primero, y si una es consecuencia de la otra. La mejor opinión al respecto la tuvo Sócrates: “yo sólo sé que no sé nada”. ¡Ay, los filósofos! (y los políticos, y los escritores), por eso nadie los toma en serio.
La palabra humor significa muchas cosas: temperamento, manera de ser, cualquier líquido del cuerpo del animal (otra vez los animales, acabará por darme zoofobia o zoofilia, en el buen sentido de la palabra) así como también genio, jovialidad, agudeza.
El humor propone más que un estado de ánimo o una tendencia. Cuando nos referimos a la expresión “el humor en la literatura”, hablamos, por supuesto de todo lo que nos hace sonreír o incluso soltar la carcajada. Herramientas valiosas son la burla, la ironía, el doble sentido. El humor siempre atenta contra algo o alguien, contra una idea o contra la sospecha de una falta de ideas.
Por redundante o Perogrullo que parezca, lo cómico empieza a expresarse en la comedia. Uno de los primeros comediógrafos, el griego Aristófanes hacía reír a los atenienses en el siglo IV antes de Cristo atacando verbalmente a los hombres, los filósofos, las costumbres, las instituciones y hasta los mismos Dioses, quienes, o tenían buen humor, a prueba de agravios, o no existían, porque al bueno de Aristófanes nunca le cayó un rayo ni tuvo necesidad de arrancarse, como castigo, los ojos ( o en este caso las manos) como le pasó a Edipo, personaje de otra obra dramática que, por tomarse la vida tan en serio, acabó matando a su padre y desposando a su madre. ¡Y luego se preguntan por qué el pueblo ha preferido siempre la comedia a la tragedia!
Los romanos modificaron la comedia e inventaron la sátira. Escrita en prosa o en verso, la sátira se burla en tono más directo de los aspectos ridículos de sus contemporáneos.
Siglos adelante, sería Moliere, retomando las características del teatro grecolatino, quien tomaría la bandera de hacer reír a su público con obras como Las Preciosas ridículas o
El enfermo imaginario.
Pero lo cómico no se limita al escenario. La novela española retoma, durante el siglo de oro, al pícaro de las sátiras latinas, tipo de personaje que, aprovechándose de los vicios y presunciones de ciertos actores sociales, saca el mejor partido de ellos, porque no tiene otra manera de ganarse la vida que su capacidad para comer y divertirse a costa de la gente fatua. Así se crean personajes jocosos como el Lazarillo de Tornes. No olvidemos, por supuesto, a Sancho Panza, personaje a quien el Quijote de Cervantes debe mucho de su carácter festivo. Sancho, sin ser propiamente un vividor, denuncia con su ingenuidad, a la sociedad de su época y aún da ejemplo de ingenio y sabiduría popular. El mismo don Quijote es un personaje cumbre que, a pesar de las opiniones de gente que nunca lo ha leído o no ha podido pasar del primer párrafo porque se le dificulta el lenguaje, (según dice) del siglo XVI, es extremadamente moderno. Alonso Quijano, alías don Quijote, representa en esa novela, el primer antihéroe, débil, humano, confuso y confundido por lo voracidad económica de los medios. A falta de programas televisivos como La Academia, u otros realities shows, telenovelas sádicas o cursis, o cintas de superhéroes, a Alonso Quijano lo enajenan los libros de caballería; de donde se puede sacar una advertencia: no todo lo que se lee es conveniente para la salud mental, por muy entretenido que sea o por muy guapos, o sexis que sean los vampiros de Anne Rice (por ejemplo), tengan la voz aterciopelada o se parezcan al compañero que se llega a la clase, ojeroso y sin rasurar, víctima de la resaca perfecta. Lo mismo podría decirse del maguito sonrics de Hogwarts (una escuela de magia y hechicería semejante a la Universidad Veracruzana, un CCH chilango o el bachillerato de el Colegio Hispano que dirige mi amigo, Jaime “Dumbledore” Velázquez.
El humor inteligente es preferible al de los lugares comunes o fórmulas hechas.
En México, son famosos los cuentos de Jorge Ibargongoitia, por su calidad irónica, su humor negro y modernidad hilarante.
Pero el sentido del humor no sólo produce textos cómicos por definición o clasificación, aún obras que tratan temas serios, incluso políticos, se ven matizados por toques humorísticos que nos hacen apreciar los giros que tiene la vida misma. Pecando quizás de oportunista pongo por ejemplo dos películas recientes que, partiendo de sendas narrativas, han tocado las puertas del cine comercial y el glamour de los oscares: ¿Quién quiere ser millonario? (Slumpdog millionaire) de Vikas Swarup y El extraño caso de Benjamin Button, relato corto de Scott Fitzgerald. La anécdota misma de estas dos obras; la primera, un tipo pobre de alguna ciudad hindú acusado de hacer trampa en un concurso de preguntas y respuestas, cuyo orden (critica acremente el escritor británico de ascendencia hindú o pakistaní Salman Rushdie) está inverosímilmente sincronizada a la continuidad biográfica del personaje: su origen de barrio pobre, la muerte de su madre, su amor de pubertad, etcétera. La segunda, un bebé nacido anciano que va haciéndose más y más joven cumpleaños tras cumpleaños, hasta morir en la cuna, ya casi centenario (ignoro si con los pañales bien puestos. Ambos casos, más que parecer simpáticos absurdos, representarían disparates ridículos sin el toque de humor correspondiente de parte del autor, pero, también, del lector.
He ahí una pista o evidencia. El humor necesita, sobre todo en las obras contemporáneas, de la complicidad y en muchos casos coautoría entre emisor y receptor.
Así pues y a riesgo de parecer insolente, espero que ninguno de ustedes, lectores a la antigua o modernos cibernautas, se esté haciendo el chistoso a costa mía.

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