jueves, 3 de octubre de 2013

AHORA QUE HAGO CUENTAS. Los motivos de la manada y los frutos del Tercer Festival Internacional Afrocaribeño. Jesús Garrido


AHORA QUE HAGO CUENTAS.

Los motivos de la manada y los frutos del Tercer Festival Internacional Afrocaribeño.

                                                                                                                                      Jesús Garrido

Introducción.

Hace diecisiete años, del 7 al 16 de junio de 1996, se llevó a cabo en la ciudad de Veracruz el Tercer Festival Internacional Afrocaribeño. Muchas cosas, aparentemente intrascendentes y que con el paso del tiempo han ganado relevancia, ocurrieron en el marco de tal evento: 
Juan Joaquín Péreztejada, poeta porteño, cambió su nombre durante poco más de una semana por el de Juancito, así con acento cubano (según lo confesó él mismo en el número 62 de la Ventana cerrada, revista porteña de literatura y arte ).

Francisco González Clavijo, catedrático cubano y más tarde director en la Licenciatura en Historia del Arte de la Universidad Cristóbal Colón, en donde tuve el guste de colaborar con él, llegó a Veracruz, y ya no regresó a la isla.

El licenciado Pablo Pérez Kuri, el popular “Colega”, en ese año director del Ilustre Instituto Veracruzano, convidó a todo el que quisiera una mariscada en su terreno de la Isla del Amor, en el estero, como colofón a la presentación de tres libros de décimas jarochas. El postre estuvo a cargo de las famosas Nieves del Malecón, que  entonces sí que tenían sabor.

Y, finalmente, ahora que hago cuentas, uno de aquellos días concebimos Mari Carmen Gerardo y yo a nuestra hija Belén, nacida nueve meses después, en marzo de 1997. ¿Alineación planetaria? ¿Gajes del oficio?

A mí se me invitó a presentar, junto con el escritor Mario Muñoz, estando de moderador Juan Joaquín Péreztejada, el libro de poesía Algunos pelos del lobo, Jóvenes poetas cubanos. Ahora, el dramaturgo Reynaldo Carballido me ha pedido, como una especie de retrospectiva, el texto que leí en aquella ocasión con motivo del Encuentro de Escritores a realizarse en Tuxtepec, Oaxaca, los días 17, 18 y 19 de octubre. Reproduzco aquí mi participación.


Los motivos de la manada


Yo soñé un abrazo /fiero, elemental…

Así comienza un poema de Ada Elba Pérez, poeta, cubana, en este instante renacida.

Yo soñé un abrazo/ fiero, elemental.

La poesía suele ser eso, un cúmulo de bestiarios. Suele aprisionarnos, cambiarnos el talante. La poesía, ese voraz aullido.
La nueva poesía cubana (con alguna denominación he de empezar) arranca de sí misma como quien recapitula: afirma y corrige. Esto es, dicho arranque es un reinicio.
El libro Algunos pelo del lobo, editado por el Instituto Veracruzano de la Cultura en su colección Cuadernos de Cultura Popular,  es apenas un muestrario del trabajo poético de quince jóvenes cubanos. Quince autores nacidos entre 1956 y 1971. Quince pisadas frescas.
Si bien lo en él expuesto no nos permite profundizar con certeza en los alcances de cada poeta (insisto en el carácter limitado de toda muestra, de toda edición gregaria), el libro alcanza a delinearnos los contornos de la isla, el cubano territorio de este segmento de la manada.
La difusión que hay en México acerca de la literatura y, en general, del arte en Cuba, es más bien limitada. Aunque, de cuando en cuando, llegamos a conocer algunos detalles, algunos reencuentros.
En la edición número 49, correspondiente a junio-julio de 1991, la revista Blanco Móvil recoge un muy ilustrativo texto de Osvaldo Sánchez (La Habana, 1958), titulado “Los hijos de la utopía”, en el que da cuenta de la situación de la llamada Generación de los Ochenta.
Para Osvaldo Sánchez, dicha generación de jóvenes que empezaron a publicar a partir de tal década, retoma la herencia de los poetas revolucionariamente sobajados, la generación de los Cincuenta. De allí el reinicio, la vuelta a lo inacabado.
La revolución cubana terminó por imponer normas estéticas y políticas a las artes, corsés ideológicos a la más insujetable de las expresiones artísticas, la poesía.
Las editoriales en los setenta, por ejemplo, afirma Sánchez, “publicaron miles de libros escritos en una noche por aquellos poetas del setenta, tan ufanos con su tuteo con la Historia… el kermesse de las evidencias”.
El desencanto de las nuevas generaciones trajo consigo, primero, un retorno a las estructuras tradicionalistas: la décima, el soneto, el romance; y por último, a un rompimiento con el conversionalismo, es decir, con la hegemonía del discurso sobre la poética.
Al darse el rompimiento, los autores de inicios de los ochenta renunciaron también a estructuras  y formas, a rigor y funcionalidad en los versos. Era, paradójicamente, el poeta de los poetas viejos: los sobrevivientes anteriores a la revolución. La generación de los cincuenta fungió  como tutor natural de los nuevos creadores cubanos. Su gusto por lo mundano, su predilección por autores un tanto alejados del modelo panfletario, de los poetas sociales de la Europa comunista, del ascetismo brechtiano, amén de un culteranismo solazado en su oficio poético, llevó a tales maestros a la resurrección.
Así, y siempre en opinión de Osvaldo Sánchez, las influencias de los nuevos autores fueron heredadas: Whitman, Rilke, Kavafis, Ginsberg. El oficio recién recuperado. Pero, ¿en verdad han soltado a los lobos? De tal suerte, si al final de la década pasada  (entonces me refería a los ochenta), Ramón Fernández Larrea, en “Poema transitorio” declaraba: Es difícil vivir sobre los puentes/… la cegadora luz siempre estará más adelante.
Alberto Acosta-Pérez confiesa en los noventa: Estoy contigo en el país que no existe/ han volado todos los puentes.
Los quince poetas presentados en este libro tienen, además, otra cosa en común, banal si ustedes gustan, pero evidente: todos han ganado premios literarios y todos han sido publicados en su país, o están a punto de serlo, por Ediciones Extramuros. Dos de ellos ya habían sido presentados en nuestro medio, en la revista Blanco Móvil, como hijos predilectos de la utopía. Ellos son:  Ramón Fernández Larrea y Sigfrido Ariel. En ambos casos, la elección se sostiene, ambos producen en mi ánimo la impresión de que la bestia se mueve. Lúdica, va.

Tracemos ahora algunas rutas para el libro.

Ruta 1. Hay una preocupación por retomar a los clásicos, la historia, las preocupaciones filosóficas; de hacerlos actuales o de dotar al presente de sus raíces soterradas.

¡Tú eres Odiseo! Yo, su imagen ilusoria/ Eres el Padre y el Esposo/ Yo no viajé a Troya ni regresé a Ítaca. / Sólo atiendo a estos puercos. Soy Pastor.

                                                                                               Jorge Luis Arcos, “Las razones de Ulises”.

También yo/como otros/ después de tantas sucesivas edades/ de caminar a tientas por los recodos de la especie/ me he preguntado/ quién soy/ a dónde iba cuando me detuvieron/ junto a la fecha de mi nacimiento/ y cómo es el pedazo de eternidad que habito.

                                                                   Judith Pérez Herrera, de “Cantos para un corazón cercano”.


Pronto vendrán ancianos/ entregándose en libres hedonismos/ ¿Cómo podré hallar el verso,/ cómo contendré la canción ofrecida,/ física?

                                                                                          Alexis Soto Martínez, “Vamos agonizando”.


Mi oráculo es el silbido tenue de los autos/ simple aviso de que moriré asfixiado/ lejos del jardín de los dioses/ no he sido el primero/ tampoco el último que aúlla/ he sido a veces séneca/ otros dionisos cruel bajo los mantos…

                                                                           Gerardo Fernández  Fernández, “El llanto del escriba”.


Ruta 2. Hay un tiempo de amar y de aparearse, de transitar impunemente el amoroso verso. Hay también un tiempo de agonía en el suelo propio.


Yo jugando sobre ella con máscaras y lengua/ ella destinada a ser ángel de miel/ tan pequeña/ arrollándome en el canto armonioso escondido en su frente/ en los ojos del corzo joven/ que sube y dibuja las curvas en vuelo de la alta tensión/ como sube una nube blanca  sonora y hambrienta.

                                                                                           Alberto Acosta-Pérez, “Alabanza del sueño”.


Si a una muchacha dijera aquí estoy/ desde el candor de este viernes/ me tumbaría del cielo con guiñar un ojo tierno.

                                               Raúl Dopico Echevarría, “Desde el candoroso esplendor de un viernes”.


Ruta 3. Hay un mar al frente y hay un mar a las espaldas. También hay sal a mis costados. ÑPor eso es mejor ser isla, vivir solo.


Un barco anuncia la caída del verano/ Un capitán desciende por su barba/ un marinero escupe sobre el espasmo de su concha.

                                                                                                     Norberto Marrero Pírez, “El trópico”.


Como un reposo digo y pienso/ brazo de mar. / Volvemos de balnearios donde flores boqueantes/ de los jóvenes muertos./ Paisajes y personas bajo un tono escarlata/ porque así es el color de tu brazo/ mientras sostiene el libro;/ exhausto, sin lo rústico,/ brazo de mar.

                                                                                                                 Alessandra Molina, “Lectura”.


Ruta 4. La madurez.


Inocentes ponían dulzuras en el mantel/ cortaban la tarde tierna y la acostaban en cestos/ el pan desesperado de la esperanza puesto ahí/ las gotas las gotas las gotas del vino amargo de arañas/ que ellos confundían con la más tibia inmediatez.

                                                                Ramón Fernández Larrea, “El gran río de los dos corazones”.


Ruta 5. Hay un dios irreverente, escribiendo de sí mismo y de otros dioses más extraños. Hay un espacio, un templo circense, presto a los milagros laicos y juegos de equilibrio. Hay un vértigo donde se confunden las causas con el yo original.


Están entrando en Cristo por sitio no sagrado. Vienen a desgarrar los clavos propios, la costilla expandida que Adán pobló de cruces.

                                                                        Caridad Atencio Mendoza, “Están entrando en Cristo…”


El circo es una extravagancia terapéutica para amansar las bestias del convite/ el circo:/ otra porción de narcóticos/ otro pabellón de huérfanos que se apaciguan el DON de su locura con mártires o vírgenes.
                                                                                            Omar Pascual Castillo, “Estatuas de lluvia”


Ruta 6. Pero hay también la sorpresa que surge de lo no aparente. La verdadera sorpresa nos asalta con el vocablo más sencillo. La sorpresa es la herramienta más difícil del más sencillo verso. El mayor gozo es tal sorpresa.


María, apenas son las cinco/ en mi candor y ya los pájaros/ me huyen del café, renuncian/ absoluta y dulcemente al pedazo admitido…/ Ya me tapo, María, el desaliento, y hasta saco a soñar/ mis animales frágiles, mis bestias canceladas.

                                                                                                                           Ada Elba Pérez, “Carta”.


Quiero ser árbol y otoñar limpiamente/ venga a mi corteza el mundo/ para una criatura desnuda no faltarán las hachas

                                                                                                                Mariana Torres, “Mal de raíz”.


La ventana que tengo es la que salto…/ La ventana es de cal. Me gasta en humo.

                                                                                          Rito Ramón Aroche, “Un pájaro se cuelga…”


En medio de la casa crece un árbol/ Allí se posa el animal más tierno/ Allí se guarda el pan/ Allí se esconde este mantel pintado

                                                                                                 Sigfredo Ariel, Mientras tanto amanece”.


Quizás alguien pueda trazar rutas diferentes. Alguien puede mirar lo que no puedo distinguir: ¿de qué color es mi alma, mi miedo, mi alarido?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Demasiado calor en el puerto... enlace con el caribe... también lo recuerdo, un encuentro mágico, solo podía tener el nombre de la ciudad donde nació Jesucristo... que memoria!!
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