Una fanática de futbol agraviada puede resultar tan ofensiva como el gol del triunfo en el minuto 96. La agraviada soy yo, porque a últimas fechas todo el mundo quiere hablar conmigo de la liguilla, específicamente de la derrota de mis adorados Pumas frente a los cementeros, que si bien gozan de mi simpatía, carecen de lugar en mi corazón cuando compiten ante el equipo universitario.
Mis rivales del otro lado de la cancha: mi marido, Jesús Garrido, mi suegro y medio centenar de veracruzanos que me miran con escarnio por celebrar sin recato las declaraciones emitidas desde atrás del bigote de charro del Tuca, que acaparan los titulares deportivos e incita a repartir culpas por la derrota del Tri frente a Honduras. Unos dicen que se cura en salud por la próxima derrota, yo opino que está tan tranquilo por tener la mejor defensiva de la liga con apenas 13 goles en contra, que se da el lujo de opinar sobre la penosa noche de lluvia donde el Tri fue narrado como el héroe que dejó de ser.
Dice Villoro que “En sus peores momentos, el fan del futbol es un idiota con al boca abierta ante un sándwich y la cabeza llena de datos inservibles”. Esto me sirve para referirme a que mis detractores quizá quedaron anclados en la fecha 12 donde Pumas cayó ante Cruz Azul como local 0-2, pero, por más inservible que sea, yo me aferro a la solidez de la defensa felina, a su productividad: 41% ganados, 29% empatados y 29% perdidos, y si además consideramos nuestra idiosincrasia mexicana, que con la rapidez de un hábito asume el empate como gesta superior de sus héroes enumerados, es fácil llegar a un promedio lo suficientemente convincente para creer que la apuesta cruzada con Garrido, le va a costar cara. Tal vez Villoro tiene razón y no somos más que un par de brutos que en vez de sándwiches, comeremos churros con cajeta mientras desmenuzamos estadísticas y alguno de los dos ejercerá la tolerancia.
Se trata, sin lugar a dudas, del partido más parejo de la liguilla. Concita tanto morbo como expectativas por tratarse de un duelo con historia propia en la memoria colectiva. Ambos equipos perseguirán el gol porque eso les permitirá agitarse al interior de otras vidas; será un partido de pizarrón, la estrategia será una bulliciosa metáfora desde la banca. Se jugará para desplazar la culpa y alcanzar el honor, un escaño en la eliminatoria, una estrella más en el escudo. ¿Galindo o El Tuca? ¿Yosgart o Bernal? ¿Beltrán o Verón? ¿Torrado o Íñiguez? ¿Cacho o Zeballos? ¿Qué sentirán los ahora cementeros Joaquín Beltrán y Jaime Lozano? En realidad todo puede pasar, lo que es un hecho es que cuando el balón bote en la cancha del Estadio Azul, todos nos aferraremos a nuestras inconcebibles cábalas.
Mis rivales del otro lado de la cancha: mi marido, Jesús Garrido, mi suegro y medio centenar de veracruzanos que me miran con escarnio por celebrar sin recato las declaraciones emitidas desde atrás del bigote de charro del Tuca, que acaparan los titulares deportivos e incita a repartir culpas por la derrota del Tri frente a Honduras. Unos dicen que se cura en salud por la próxima derrota, yo opino que está tan tranquilo por tener la mejor defensiva de la liga con apenas 13 goles en contra, que se da el lujo de opinar sobre la penosa noche de lluvia donde el Tri fue narrado como el héroe que dejó de ser.
Dice Villoro que “En sus peores momentos, el fan del futbol es un idiota con al boca abierta ante un sándwich y la cabeza llena de datos inservibles”. Esto me sirve para referirme a que mis detractores quizá quedaron anclados en la fecha 12 donde Pumas cayó ante Cruz Azul como local 0-2, pero, por más inservible que sea, yo me aferro a la solidez de la defensa felina, a su productividad: 41% ganados, 29% empatados y 29% perdidos, y si además consideramos nuestra idiosincrasia mexicana, que con la rapidez de un hábito asume el empate como gesta superior de sus héroes enumerados, es fácil llegar a un promedio lo suficientemente convincente para creer que la apuesta cruzada con Garrido, le va a costar cara. Tal vez Villoro tiene razón y no somos más que un par de brutos que en vez de sándwiches, comeremos churros con cajeta mientras desmenuzamos estadísticas y alguno de los dos ejercerá la tolerancia.
Se trata, sin lugar a dudas, del partido más parejo de la liguilla. Concita tanto morbo como expectativas por tratarse de un duelo con historia propia en la memoria colectiva. Ambos equipos perseguirán el gol porque eso les permitirá agitarse al interior de otras vidas; será un partido de pizarrón, la estrategia será una bulliciosa metáfora desde la banca. Se jugará para desplazar la culpa y alcanzar el honor, un escaño en la eliminatoria, una estrella más en el escudo. ¿Galindo o El Tuca? ¿Yosgart o Bernal? ¿Beltrán o Verón? ¿Torrado o Íñiguez? ¿Cacho o Zeballos? ¿Qué sentirán los ahora cementeros Joaquín Beltrán y Jaime Lozano? En realidad todo puede pasar, lo que es un hecho es que cuando el balón bote en la cancha del Estadio Azul, todos nos aferraremos a nuestras inconcebibles cábalas.
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