La filología del cambio, me dices, es sublevación de lo imprevisto, renovación de la experiencia, afirmación de lo impensado. Hay en ti una contradicción que se rebela, que llora y se levanta de su mullido asiento, a la derecha del padre, tan lejos de mí, tan cerca de otros hombres. Nada de lo mío te apetece, he dejado de ser la “ilusión de lo aparente”, tu “psique gemela”, “la ternura de lo ambiguo”.
¿Qué quieres que diga para que desistas? Deja las cosas así, tal como hasta ahora , nada de revoluciones de archivo ni cierres de ejercicio precipitados. Olvida los sinsabores últimos, la pereza y el hastío, la falta de vigor en el acecho, la mansa mirada de estos tres tristes días convictos. Ya vendrán mejores fines de semana.
Te he comprado flores, yo que ni a mi madre dirijo la palabra. Esa dureza te encantaba, pero veo que las cosas han cambiado.
-Yo soy así-replicas-conoces mi naturaleza. He dejado de sentirme cómoda contigo, o quizá sea exactamente a la inversa, me siento demasiado relajada y esa no es la imagen que quiero de mí misma.
Pero te he comprado flores. ¿A poco crees que me gusta hacerme el cursi o lanzarte este discurso lastimero?, ¿A poco crees que me gusta tanto Benedetti como para encima estudiarlo, poner el viejo audilibro "con la voz de su autor" y escuchar aquello de nadie nunca te reemplaza y las cosas más triviales se vuelven fundamentales porque estás llegando a casa, sólo porque a ti te encanta? Y deja ya ese acento argentino, que Benedetti era uruguayo.
-Lo nuestro no era para siempre, yo no soy mujer de un solo hombre-, si parece que te oigo por encima de tus clases de semiótica o semiología, que para mí es lo mismo y para ti es como la Biblia y el Corán, como el agua y el aceite, como Woody Allen y Walter Lanz.
-Se que te duele, pero el amor y el dolor son dos buenos hermanos- parafraseas baudelairamente mientras tu rostro parece exigir ser canonizado-. El tedio hace que surja en mi la necesidad de irme, de ser distinta; no sé, pintarme el alma, soltarme el pelo, conocer otros hombres-, tu voz fluye tranquilamente, como la de quien entrega un informe de rutina a un superior benévolo y complaciente.
¿Qué quieres que yo haga?, a mí no me gusta Benedetti.
Y luego me restregas el arsenal histórico, favorito de las intelectuales de bolsillo, que condena al hombre por los delitos de opresión, discriminación, violación de los derechos humanos y divinos, en contra de todas las mujeres, desde el comunismo primitivo hasta la globalización de lo monótono. Si sólo falta que me digas que yo soy tu medievo y que precisas ser absolutamente moderna. A mí, que me importa un comino si estudias o trabajas, si haces o deshaces las camas, si comemos fuera o dentro de casa, si te pones minifalda o te la quitas, pero que te amo tanto como si no fueras tú misma.
Te vas, pero esta vez será la última. Tu cuerpo solía ser un instrumento preciso entre mis manos. Pero todo cambia, dices, y al mirarte me doy cuenta que así es. Tu cuerpo es bello, tu cuerpo sintetiza la estética del cambio, método de ruptura, tradición del olvido.
-¿Qué quieres tú que yo haga?- esta vez reconozco más fácilmente la cita.
Nada, te digo, deja las cosas así, no digas más.
1 comentario:
ADVERTENCIA: no es miculpa si te escupolaproximavez que te vea.
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