miércoles, 18 de agosto de 2010

Lentitud o aceleración. You may be a lover but you ain't no dancer. Por Jesús Garrido.



Los cortesanos de la actualidad, propone Milan Kundera como narrador-testigo-personaje en su novela La lentitud (Tusquets, 1995), “no saben que las situaciones que la Historia pone en escena permanecen iluminadas durante los primeros minutos. Ningún acontecimiento es actual en toda su duración, sino tan sólo durante un periodo de tiempo muy breve, muy al principio”. De esta afirmación se infiere que apostar todo el dinero, todo el prestigio, la felicidad, la sensibilidad, el alma (si es que la encontramos o rescatamos del ciberespacio y la telefonía celular) al vértigo de la inmediatez podría acarrearnos un vacío tan grande como la vida misma, aún cuando parezca la punta de una aguja bajo el microscopio de CNN en español o del pronóstico para la hora siguiente en el Canal del Tiempo.
Escribir un artículo, reseña o incluso, como es el caso, tomar como referencia un libro aparecido hace quince años para comentar una inquietud personal puede considerarse un acto moroso o una metáfora de la tortuga o la inmortalidad del cangrejo: alejada de la instantaneidad y la oportunidad del ejercicio comunicativo. Yo prefiero verlo como una rebelión a los condicionantes que nos llevan a juzgar el pasado y la enseñanza de la historia como algo inútil, premisa impublicable pero latente en ciertas mentalidades progresistas. En todo caso prefiero agregar una letra al adjetivo en reconocimiento a uno de los escritores más importantes contemporáneos.
La lentitud, primera novela de una trilogía que comprende además La identidad (1997) y La ignorancia (2000), entrelaza las anécdotas de unas vacaciones que Kundera mismo pasa con su esposa en un castillo convertido en hotel, un congreso de entomólogos, un duelo de autopromoción y exhibicionismo entre un político y un intelectual franceses, y los ecos eróticos que Madame T, personaje de un texto francés del siglo XVIII, va dejando parsimoniosamente en las páginas de la obra y en el ímpetu desaforado al principio, amaestrado finalmente al placer, de su joven amante.
En La lentitud se hace evidente una vez más, el método y la temática Kunderianos, expuesto el primero a la manera de apostolado en El arte de la novela, ensayo en que el autor propone su particular visión para la narrativa, y texto esencial para entender la literatura de lo que algunos aún se obstinan en denominar “postmodernidad”. Por lo que se refiere a la temática, como en su primera trilogía La broma (1967), La vida está en otra parte (1973) y El libro de la risa y el olvido (1978), y en su novela más famosa La insoportable levedad del ser (1984), obras de vital importancia para la comprensión de la historia contemporánea de Europa; hay, más de veinte años después de la Primavera de Praga y de que Seargent Milan enseñara a la banda a tocar la vida detrás de la Cortina de hierro, elementos que persisten en la mente, el vocabulario y la esencia del escritor checo: las mujeres bellas (sobre todo las independientes y osadas, aunque también las haya tiernas y propicias a las intenciones de caza de los personajes masculinos), los adulterios y los ménages à trois, a la par con el drama del exilio y la crítica política, al régimen comunista prosoviético a finales de los sesentas y al amaneramiento y protagonismo narcisista de la democracia francesa a partir La inmortalidad.
Amor y política son expuestos por Kundera con un estilo narrativo en donde el autor no tiene ningún tapujo en mezclar la anécdota amorosa con la filosofía y en dialogar con sus lectores de manera directa por si no había quedado claro su postura filosófica y política. Y esta actitud genera en el lector un signo de complicidad ante tamaño narcisismo: al fin y al cabo se trata de otro gesto de amor, gesto que cada uno cultiva, en junio como enero, en Praga como en París o México, en la comodidad de la oficina y en belicosidad del hogar., merced a un sentido de la ironía y del humor, jamás presente en otro escritor.
Admirador del Siglo de las luces, de sus afanes libertarios y libertinos, Kundera rescata en La lentitud al museógrafo y libertino Vivant Denon (1747-1825), autor de una novela corta comparable con Las amistades peligrosas Choderlos de Laclos, y comienza él, Kundera mismo, un ménages à tríos compartido con su lengua natal y el francés. Sí, es a a partir de La lentitud y continuado después en La identidad y La ignorancia que Kundera escribe directamente en francés, sin pasar por la traducción del checo y para su público mayoritariamente francés. Resuelve así, el drama del exilio, no sin adecuarse a sus nuevas circunstancias: el francés le obliga a una economía del lenguaje que se evidencia no sólo en los vocablos utilizados sino en la extensión de sus novelas; como la novela de Vivant Denon, La lentitud es corta, aún cuando se solace en el placer de la vida segundo a segundo y en las ridiculeces, de apariencia eterna, que el afán de posición social confronta al hombre finisecular (por el año en que escrita la novela y por el año de nacimiento de nosotros, sus amorosos lectores).
Según Pontevin, escribe Kundera, “todos los políticos de hoy son un poco bailarines, y todos los bailarines se meten en política(...) El bailarín s e distingue del político corriente en que no desea el poder, sino la gloria; no desea imponer al mundo una u otra organización social (eso no le quita el sueño en absoluto), sino ocupar el escenario desde donde irradiar su yo”. De estas palabras podríamos partir para afirmar que ser escritor, sobre todo a la manera de Kundera, es ser también ser bailarín, aunque sea para bien (qué más da) así como participar en una comparsa carnestolenda, frecuentar los bares con kareoke o practicar la reseña literaria.
A fin de cuentas, dejemos eso de mezclar el erotismo y la política a Kundera.
La pregunta que quería ser inicial y que a punto estuvo de quedarse en el tintero¿Usted qué prefiere, amores instantáneos o conseguidos a largo plazo?
Yo ya no tengo ánimos de dar respuesta alguna porque como gritaría alguien al final de la canción, “tengo ampollas en los dedos”.

3 comentarios:

cristina caballero dijo...

¿y que tal un amor a la medida de cada uno? imposible sentir lo que cualquier otro, en el amplio contexto de las emociones. Además, son retóricos todos los cuestionamientos acerca de lo amoroso. ¿No es Kundera por principio de cuentas quien al empezar su Insoportable levedad habla del eterno retorno? Si se lee a Mircea Elíade con su Mito del eterno retorno quedará aún más claro que para la mentalidad "primitiva" -como escribe Mircea-, (y probablemente esa mentalidad no esté muy alejada de la actual), "los objetos del mundo exterior, tanto, por lo demás, como los actos humanos propiamente dichos, no tienen valor intrínseco autónomo. Una piedra (o una mujer un hombre) será sagrada por el hecho de que su forma acusa una participación en un símbolo determinado, o también porque constituye una hierofanía, posee mana, conmemora un acto mítico...". Ese símbolo (todos pasamos a ser símbolos para algo o alguien o muchos) será uno asociado a experiencias muy primarias, de los años de vida en que aún ni siquiera dominábamos el lenguaje. Siempre ligados a esas primeras sensaciones y percepciones corporales sí, pero atadas a protopensamientos, si hemos desarrollado un mínimo de ligazón emocional en ese entonces lejano, volveremos a buscar en otras en otros, aquello que se escabulle eternamente. Saludos, me gustó la publicación. Seguimos

Hozbelya dijo...

yyovine.

Anónimo dijo...

Efectivamente, la retòrica del amor y el amor retòrico son manifestaciones de la psique, respuestas personales, acaso subconcientes a estìmulos fìsicos o espirituales, pero la calidad y el alcance de los mismo escapa en muchas ocasiones a la voluntad, o al menos al control personal. Como quiera que sea, la bùsqueda, espera, pérdida o consignación (amor por consignación, ja) de lo que creemos es amor modera la mayor parte de nuestros esfuerzos. La otra parte puede ser guiada por el odio o la indiferencia que sólo pueden ser definidos en torno del amor. Y ya me fui. Jesús Garrido

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