miércoles, 14 de diciembre de 2011

RESEQUEDAD, TATUAJES Y MORDISCOS Por Jesús Garrido



Tengo sed


piel de lagarto y muchas dudas

una diagonal

aunque suene intrascendente

en forma de mordisco:

caprichos del ADN

o de tu boca adicta al café

y a los cigarrillos mentolados

¿Qué pretendes pues

un tres en línea resuelto en gato

o el relieve de tu nombre

- reflexión totémica -

sobre el eczema infantil de mis tetillas?

¿Preferirías acaso

un fin terapéutico

- temporal y compasivo-

para atenuar el dolor

de tus labios en punta?



Con polvo de henna todo es posible



Sólo me temo

insigne vampiresa

pequeña empaladora

que la rigidez de mi piel no alcanza para tanto




martes, 11 de octubre de 2011

DEMI MOORE GOES Por Jesús Garrido


No hay modo de ver qué lugar ocupa entre los seres, ni siquiera si es uno de ellos
¿Será acaso un fantasma?
Emil Ciorán.

Demiurgo contemplando su obra


Tocó mis hombros con la punta de los dedos

No me atreví a voltear
sabía que era ella
balanceando el impulso sobre el reposo
ecléctica y activa
lúdica y vacante

Liberó la tensión sin previo aviso
para regresar silente al punto de contacto

¿Cuántas veces gira la abeja
no sobre la flor
sino bajo la inercia de sus alas?

Apoyó sus palmas y modeló en el engaño
vértebras y apófisis
discos y ligamentos

Me di la vuelta
cerré los ojos
No quería ni podía mirarla

¿Cuántas veces habría ejercido
la doble lubricidad
de saberse creativa y contagiosa?
¿Cuántos mundos
cuántas veces el caos?

No había modo de saberlo
de dar sentido a la ecuación de sus ideas
A no ser la intuición…
y el tacto

miércoles, 5 de octubre de 2011

PUERTO MARIEL Por Jesús Garrido

Este octubre se cumplen 31 años del éxodo del Mariel  ocurrido entre el 15 de abril y el 31 de octubre de 1980. El 5 de abril de 1980 de diez mil ciudadanos cubanos irrumpieron en la Embajada de Perú en La Habana solicitando asilo diplomático, con el objetivo de abandonar el país mediante el correspondiente salvoconducto emitido por las autoridades del país. Finalmente el gobierno cubano aceptó la posibilidad de que lo hicieran si sus familiares acudían a recogerlos al Puerto de Mariel, al noroeste de la isla de Cuba, de ahí que se les conozca como los “Marielitos”. El destino de la inmensa mayoría de los mismos fue Florida en Estados Unidos.





Ella lo sabe, a estas alturas de su historia yo soy el huérfano, el advenedizo, el refugiado, el placer expiatorio  de sus aguas termales, el cómplice inconfeso de sus delitos púbicos. He sido entre sus muslos tantas veces extranjero, que soy un hombre feliz de vivir tal desarraigo. Ella, por alguna extraña suerte no exenta de guerrillas ni de asaltos imprevistos, vienen a ser el puerto, la otra orilla, la furia y la ternura de una rebelión no sofocada. Porque el amor, ella también lo sabe, ejerce el peor de los gobiernos; bajo su régimen, todo se idealiza y planifica según el vaivén de su fervor utópico.

Por eso también soy el que se marcha, el que se resta, el balserito que desde hace algún tiempo vive en oposición a sí mismo, sin saber cómo ha llegado a estas instancias, a este estado de sitio que hace de la disidencia un modus vivendi.

Aquellos que han pasado circunstancias parecidas, comprenden mejor que nadie la dialéctica del abandono, la tristeza casi ilegal de quien encoge los hombros y dice “adelante, ¿qué más da cruzar o la frontera si nunca dejaré de ser quien soy: mi propio desencanto?”

Porque la necesidad de poner distancia entre el dolor y la memoria es invencible. El emigrante se abandona a esa idea sin darse cuenta de que los días imponen censura al pensamiento.

Ese precisamente es mi problema, no poder soportar la intolerancia del tiempo. Peor aun es que ella sabe leer entre líneas y su corazón es un hervidero de denuncias y evidencias.

Pero no, yo no he usurpado otro cuerpo que no sea el suyo. Digamos que en la praxis he sido partidario de la dictadura, a pesar de las crisis quinquenales y de la imposible ideología que emana de su sexo. El amor es el peor de los gobiernos.

Yo soy el que se marcha, el que se resta. Ella permanece del otro lado de la noche, afanada en la construcción de otro puerto   más real que cualquier dogma o plano amoroso, supervisando minuciosamente cada detalle: la elevación de los muelles al pie de su vientre, los andenes altos, las bodegas circulares, el espasmo preciso donde la piel se descarga.

 A veces contemplo por casualidad el horizonte mutuo y me sorprendo a mí mismo escribiendo cartas que nunca enviaré. No sé si ella, al leerlas, pueda comprender que éstas no son un reclamo sino una convicción amorosa.

lunes, 19 de septiembre de 2011

SÓLO QUEDARÁN LOS PÁJAROS. Por Lucía de Deblock




Mateo sube, Mateo baja, Mateo dice, Mateo vuela… sí, vuela y ella le creyó desde atrás de la puerta, antes de corroborar sus cuasi levitaciones, asido únicamente de su aferrado puño represor de mariposas culichulas.

La Ternera se apersonó y la Urraca-Rana, que al vuelo todos adivinan que en ese otro mundo en que dicta conferencias sobre SIDA y promueve el uso de preservativos, le llaman René, hizo las presentaciones. La Ternera extendió su mano manicurada como si fuera una princesa y le acatarró la nariz con la boa de plumas celestes justo antes de decidir con una gran sonrisa que, a partir de ese momento, Rolando, el primo de su gran amiga la Urraca-Rana, sería La Volantina.

La Ternera se sentó en el afiebrado vinil rojo de los muebles de salón de belleza coronados con sus antiguos secadores de pelo, muy juntas las piernas y los pies en punta con los deditos bien prendidos como cerillines de cabeza fucsia, y así nomás, se dejó preguntar: ¿Y quién es Mateo? La Volantina hizo pucheros y se rascó la nariz revelando el meñique más burdo e inhiesto que hubiera visto en los últimos tiempos. La Urraca-Rana, ojos de águila vengadora hincados en el candor de su imprudencia, ¿qué acaso no veía que Rolando era un recién llegado y no entendía de esas incómodas confiancitas jarochas? Que pesada podía llegar a ser la Urraca-Rana con sus delicadezas, como si sólo ella tuviera mundo; total, estaban en su terreno y ella sabía muy bien cómo acercarse a cada loca maricona que llegaba a esta humilde casa de puerta y ventana, que también tenía nombre de batalla: El Nido, por todas las pájaras que llegaban a empollar sus cuitas en esos sillones cárdenos que compró de segunda mano, cuando su patrón remodeló el Spa de la calle comercial más lujosa de la ciudad y a ella se le ocurrió acomodarlos uno frente a otro en la sala; luego llegaron los tules vaporosos que se columpiaban en el techo y los drapeados fastuosos de las mesas, además de los enormes cojines de raso tornasolado donde descansaba una variedad insólita de traseros bien floreados. Sí, ella, entre todas, era la de las grandes ideas, por eso tenía la casa siempre llena de las más escandalosas culiflojas de la ciudad.

Entonces, ¿quién es ese hombre águila del que hablaban? Rolando carraspeó y con una espectacular voz ronca que permitía adivinar su profesión de cronista de espectáculos circenses, modestamente dijo: Un amigo. 

Así que La Volantina, esa forastera comedida, no era más que una vampirita chupa ratas que le decía simplemente amigo al macho de su corazón.

Conoció a Mateo en un video en la computadora de La Urraca-Rana; lo bajaron del blog desde donde el ufano cirquero mantenía correspondencia con un nutrido grupo de fans, casi todas ingenuas polluelas de las más variadas geografías y, a su vez, se declaraba entusiasta de los más sucintos mensajes, del sabor a mora azul y se asumía como un digno coleccionista de la más diversas baratijas. No era el torazo viril que se imaginó tras escuchar atentamente a La Volantina, sino apenas un mozalbete descamisado con el pecho refulgente de sudor que daba volteretas en el aire con una gracia tan estilizada que parecía paloma. El guapo del circo usaba mallones blancos que le perfilaban un culito redondo y respingón y apretujaban un reptil que despertaba las más intensas especulaciones, que por cierto, le hizo recordar a La Ternera, una de sus más desosegadas pasiones, allá por los ochenta; al tiro comprendió la desesperación de La Volantina: Mateo se iba del circo y nunca pudo acercársele ni para ser amigos. Quería tenerlo un rato para ella sola.

Prometió avisarles en unos días, ella presumía de ser versátil y de una muy prolífica imaginación, ya se le ocurriría algo; no sólo eran célebres sus ensalmos entoloachadores, sino que gracias a su sensibilidad, la comparsa más sublime de dramáticas reinas espumosas jamás vista en ningún otro carnaval, estuvo bajo su mando.



Los anónimos empezaron a llegar al circo de mano de la propia Volantina, los colocaba secretamente entre tanto chiclito, hulito y papelito que las admiradoras de Mateo iban dejando diariamente en la mesa junto a una fotografía ampliada del divo (¿imagen votiva?), como una ofrenda por tanto refocile con las piruetas de la pista. Tres largos días tardó el machazo en darse cuenta que aquello era diferente: iba por el patio con el sobre de papel con flores machacadas y la casi solícita letra rosada de la Ternera, y como siempre que necesitaba algo especial, Mateo se acercó a un súbitamente palidecido Rolando y le preguntó si sabía quién dejaba esos sobres. La Volantina negó con la cabeza y se cruzó de brazos perdonándole de antemano que no le preguntara ni cómo estás ni qué tal te amaneció, pues, para entablar una conversación simplona con el cachorro tan mañoso que siempre demandaba favores y atenciones conocedor del poder que ejercía sobre ella. Sin ninguna reserva, como la putilla volada que era, se conmovió con el énfasis del por favor y aceptó fascinada el encargo de averiguar quién era esa mujer.

            La Volantina parecía demasiado inmadura para asumirse como una auténtica chupapingas de vuelos de organdí y además, desgraciadamente, no era atractiva. Vestía tiesas camisas almidonadas en exceso y pantalones de lona con una línea tan derecha que resultaba su única extravagancia; era tan neutra, que sus ojos color de aguas turbias, tan pérfidos, eran lo único que le daba cierto aire de teatralidad; eso, y una vulgar necesidad de ensalivarse los labios con una lengua sospechosamente bulliciosa. Por lo demás, era fácil imaginar su vida: una dócil perra chaquetera de zapatos blancos y vaporosos gaznés, siempre temerosa por la fragilidad del vuelo de ese pájaro albo que le daba sentido a sus noches sordas. Y cuando el cuerpo demandaba afanes, bien oculta en el silencio de la noche, a la búsqueda de algún borracho callejero, de esos a los que ya nadie espera y que todo se les pierde en las ganas de enroscarse en otra bien surtida tanda aguardentosa: embabosados besos de torpeza etílica a los que ella siempre se negaba: no buscaba amor, sino tan sólo una buena lijada que la llevara a abandonarse a sus más cruentas imaginaciones. O cuando había suerte, facilona culipronta se dejaba engatusar por algún mariposeo al vuelo, con su promiscuo rumor de promesas pachangonas.

Llegó ya tarde, después de la última función, bien engominado el copete chapucero y el gazné de satín ocre como sostén de su triste capuchón de cacarizo zopilote ya entregado a los derrumbes del tiempo, con su sonrisa de gavilancilla taimada que delataba el regusto por la tirantez del estómago, provocado por ese plan que le daría a probar de las mieles del amor: Que si Mateo sonrió con su boquita mordiscona; que si Mateo sostuvo el sobre con sus largos dedos; que si Mateo no se dio cuenta; que si Mateo le pidió un favor con su vozaza enronquecida; que si Mateo tiene curiosidad por conocerla. Estaba tan enamorada, tan sometida, tan ojerosa la perversa por tantas noches de vigilia, chupando el cigarrito como cocuyo envirulado, paladeando el nombre, llamándolo en cada relumbrón: letal lamida de su lengua desbocada. La Ternera la dejó caracolearse a sus anchas en el sillón con su cacareo pegajoso porque la comprendía, ella también había perdido el sueño, unos cuantos kilos y hasta la fe por un hermoso trasero homofóbico al que nunca pudo acercarse. Pues mañana la va a conocer, dijo la Ternera así nomás, como si dijera cualquier cosa, mientras limpiaba los anillos imperfectos de tinto que humedecieron la mesa la noche anterior. Le entregó otra carta sellada, tibia aún de las cavernas de su pecho y la instruyó antes de retirarse a sus habitaciones, le apretaban las reumas y necesitaba descansar para el gran día: mañana.

            Mireya llegó al Nido uno de sus más angustiosos días de desamor; era una bisexual requemada por el sol, asombrosamente erótica su mirada gatuna y entusiasta felatriz, que ya había roto varios corazones con su arrogancia y su desfachatez, y lo más importante, que le debía varios favores a la Ternera. Mireya no tuvo inconveniente en la forma de pagar su deuda de honor de una vez por todas; con mucha coquetería se colocó en la oreja el clavel rojo convenido (¿acaso ninguna obtusa urraca se dará cuenta de la sutileza de portar precisamente esa flor?), se soltó el cabello perfumado y con una minifalda que asomaba el insigne triangulito blanco arropado entre las piernas, llegó al palco hasta donde la Volantina la condujo. Mientras Mateo la miraba, un tanto desconcertado ante aquella hembra tan explícita, ella hizo una ostentosa entrega del último sobre y desapareció cuando el hombre aún planeaba níveo en lo alto de la carpa.

            La cita era en el Bar México, un pajaral situado en esa esquina desafiada por la bullanguera prisa urbana de las calles, frecuentado por locas embravecidas: casi todas con sus cantos de sirenas despechadas; vestidas de pasitos fifí: con jocosas artimañas picaflor y bucles de gata oxigenada; camotes muy codiciados: que de ordinario provocaban grescas bien sangrientas que eran el chisme de cada tarde en el Nido y bicicletos: casi siempre violentos tornilleros, como Félix, ahí empoderado en su reino de cristal tras la barra, a quien la Ternera ya había perdonado por embaucarla en una afanosa y triste historia con su corruptora labia de garañón cumplidor. Llovía, el espejo del asfalto como quimera vuelta vaho; junto a rumores líquidos, agazapados detrás del puesto de periódicos patrocinado por el pasquín más amarillista de la cuidad y Mireya, más allá de la hora: todo es agua y estruendo y las polillas no pueden volar. 

            Una hora después, la Ternera llegó al bar encapullada en su impermeable amarillo de abejorro mustio y se acomodó muy cerca del espectáculo de arduo reconocimiento entre un inseguro Mateo: con su acervo de músculos bien ceñido por la licra azul de su camisa y Mireya: cumplidora de escote tan  profundo sonorizando sus palabras con el clinclín de las pulseras: turbo que apura los tragos al atlético becerro: sonrojándose pausado por los efectos de una suave ebriedad, hasta que se llega el tiempo del quinto trago: no hay quinto malo, se dice la Ternera al cerrar un ojito mariquete  que rebota en los espejos de la barra. Y pensar que Félix, ese bravo semental encajonado entre cristales, que le mostraba el erecto pulgar con su pálpito de triunfo, fue el que con la ardiente punta de un cigarro le tatuó en la nalga izquierda un círculo de fuego con el infierno de su nombre.

           

La Ternera paseaba alrededor de la cama, atenta a las opulentas escarapelas del tapiz infecto de humedad en ese cuartucho tan oscuro por el cielo anubarrado, escuchando el trajinar de pasos por el corredor, un cerrojazo próximo y luego un televisor que se desgañita en el cuarto vecino. Una biliosa luz le atacaba el perfil a la Volantina, ahí sentada en el sillón, como si la embustera dulzura de su sonrisa no estuviera a la espera de una puerta hostil sazonada por el clinclín de las pulseras, que lo obligara a sacudirse las plumas de viejo cuervo y correr hasta el cuarto 211, donde Mateo yacería al centro de la cama, con el polvito morado de las pastillas machacadas bien inoculado en su torrente de pollito dormilón. No dijo casi nada, pero su indignada jotería le alborotó las manos como alas de canario alebrestado cuando rechazó la caja de condones: Es un crío… yo sería incapaz… eso no va conmigo. Y paró la trompa bien fruncida, como culito de gallina asustadiza.

            Cuando se quedó sola, la Ternera se despatarró sobre la cama e imaginó el cuerpo tierno de Mateo: su piel de veinteañero vulnerable,  tan al alcance de esa contemplación febril que recorre palmo a palmo su tersura aceitunada: las piernas en largo erótico abandono. El ancho vigor de los brazos tan abiertos, arrojando sus tetillas ciegas. La elocuencia de las manos: largas y gruesas, acunando su lujuria insomne. Sincopada y tibia la respiración; fecundo el aroma a macho en su entrepierna de cirquero. Y el latigueo del animal: libertino, izándose al roce de un soplo posterior a un rimero de deseos.

Tentar. Morder. Libar. Temblar. Lamer.

La cueva del oído. La hondonada del cuello. El pozo de la axila. La maleza del pubis.

La dulzura de las corvas. …

            La Ternera miró por la ventana: abajo, La Urraca-Rana paseaba con su alma de pájaro  atribulado entre las aguanosas prisas de burócratas que dan vigencia al anochecer, con el arcoíris de la sombrilla protegiendo la bolsa de discos que justificaban las actividades musicales de Rolando aquella tarde de chipichipi remojón; arriba,  las nubes negras galopando, la caligrafía roja del hotel con la O parpadeante, con sus espasmos zumbones: la metáfora de su deseo.


Se aproximó al sillón como si fuera la esquina bulbosa de su memoria donde se confabulaban los cuerpos que tuvo y que ya había perdido, a los que siempre llegó como si fueran los definitivos; ahora vestiglos, antes cisnes o albatros o pelícanos cuyos rostros lamió como si no tuviera culpa ni miedo: con hambre de afecto pero ahíta con saliva. Suspiró, no como una tristeza de ese instante, sino como una costumbre rotunda en su alma de gata sin ratón: al igual que todos los hombres que tuvo, Mateo jamás podrá adivinar lo cerca que estuvo del verdadero amor.

Porque al final, sólo quedarán los pájaros.


martes, 16 de agosto de 2011

FUEGO NUESTRO. Por Jesús Garrido.







No podemos decir que llega de repente

que la luz de su cuerpo

nos asalta por sorpresa



No podemos declarar

“El día es un demonio presuroso

y su mirada cicatriza

bálsamo lascivo

toda herida

toda llaga

todo reflejo impuro”



Antes bien

debemos reconocerlo

el día es un espejo cíclope que se desborda

rebasado por el júbilo amoroso de la sangre

denotación traslúcida

abolición de los combates a ciegas



De él sólo me basta una mirada

para vaciar la noche

sin corromper el sueño

Yo que cabalgo sobre su tibio lomo

deslindo mi piel

celo tu barbarie


Por eso hay que armarse de nuevas sombras

para celebrar a salvo su llegada

tener la embriaguez justa

para robarle el aliento

y desnudarse los años

como evidencia









martes, 31 de mayo de 2011

ESTENOPO Por Jesús Garrido





Duele

abierta y llanamente

-los bordes de la piel

no abren ni cierran

no cicatrizan al paso de la luz

a su refracción o estancamiento-



Duele la tarde

y su profundidad venérea

-da lo mismo morder o succionar

el grosor de sus láminas

opacidad sujeta al duelo

al corte que transpira

profesional y punzante

entre sus poros translúcidos-



Ella no mira

no palpa

no juega a serme fiel

ni a desligarse del todo

-aun en intervalos falsos-

del pliego petitorio de mi sangre entre sus dedos



Duele

pero no es ella

siempre hay otras causas

otros diámetros

otra ceguera

rústica y palpitante

cavándose y perdiéndose

justo en el centro de sí misma



Dios sabe cuánto extraño

la pureza y frialdad de sus agujas





martes, 17 de mayo de 2011

JUSTICIA INFINITA Por Jesús Garrido




Invento un campo sembrado de


Vestidos bonitos… Un campo sin ternura.


Pero, ¿quién habla de ternura? Sólo


Conozco de ella el gusto amargo.


                                      Tahar Ben Jelloun








Georgina abrió los ojos y cerró las llaves de la regadera. Digna y displicente, dejó que mis labios escurrieran con lentitud por su cuerpo mientras el agua cesaba de golpe su vertiginoso descenso a manos libres.

Habían pasado varios meses desde que la conocí en una fiesta insustancial y pretenciosa, a la cual yo había acudido con el único fin de ser presentado ante ella. Allí, en medio de faunos torpes y sedicentes ninfas, Georgina ondeaba su autoritario lívido cual pabellón mordaz, imperial e independiente. Entonces constaté la fama que había precedido a mi curiosidad.

Allí mismo di por iniciado el asedio. Después vendrían mil ruegos, fracasos y desplantes, luego de los cuales, por fin, pude allanar sus dominios, sus cuartos, su madriguera – bandolera ortodoxa, como a una dama de alcurnia no le gustan los moteles, los lugares insólitos, ni las casas de sus amantes. Suele ser pragmática y meticulosa en las suertes del cortejo: sus reglas suponen, para el amante en potencia, una lista interminable de temas intocables y otras prohibiciones específicas.

-Cuando salgas con Georgina- solía aconsejarme Abraham, su ex marido, un comerciante de telas judío venido a menos durante la crisis del noventa y cinco-, abstente de hablar de tu bendita literatura, de política internacional o de cine noruego. Todo eso, para ella, no son sino pasatiempos inútiles, laberintos tortuosos, inabordables y lejanos.

-No se te ocurra nunca invitarla a un restaurante chino- me había sugerido Pietro, un cheff italiano, amante suyo por algún tiempo, jefe de cocina de un restaurante de lujo-, tampoco la comida francesa es de su agrado, no soporta demasiado condimento. Sus gustos culinarios son rudimentarios y desesperantes, por eso terminamos. Así que olvida, tú, mexicanito hasta las cachas, cíclope valiente de baraja de lotería, el picante y el exceso de grasa cuando compartas con ella.

-La güera aborrece la música de los sesenta- me advirtió Víctor, un poeta amigo mío que por pura suerte había logrado aprobar los requisitos mínimos para acostarse con ella-. Su fobia alcanza, incluso, a los covers más recientes de los clásicos antiguos. Tendrás que renunciar a la estrategia que sueles usar con chicas tan jóvenes como ella; adiós, por ejemplo, a todo intento de alabar la versión de Oasis a I’m The Walrus....



Georgina cerró los ojos y abrió ligeramente las piernas. Yo había sido sumamente cuidadoso. Su vientre fluía con voluptuosidad sobre la cuenca de mi boca.

-No muerdas ni succiones sus senos- susurraba una voz no identificada-, puede considerar eso una agresión.

Sí, había sido demasiado cuidadoso. Ella se deshacía entre mis labios como yo habría de deshacerme bajo sus sábanas. Había renunciado a muchas cosas, pero el precio parecía infinitamente justo. Poco importaba la autosuficiencia de su sexo, ni que yo, a sus pies, me recordara a un emigrante de algún relato marroquí ante su amante blanca, absurdamente racista.

-Nada de ternuras después del coito. Cuando te vayas, si Georgina duerme, no la despiertes ni le digas adiós. Toma el dinero sobre el buró de la cama y cuando vuelvas a verla actúa como si no hubiera ocurrido nada. Hazlo así o no habrá una próxima vez.



viernes, 8 de abril de 2011

DOS TEXTOS DE ARIEL GARCÍA.

El Sueño del Replicante

                                                     He visto cosas que ustedes no creerían,


                                                     He visto naves ardiendo más allá de Orión






Ayer, 7 de abril de 2011, el amanecer me sorprendió en cueros. Sentí el pulso ondulante de la tierra desde el tercer piso donde vivo. ¿Terminaré a la Rodrigo González? Víctima de una sobredosis de cemento. 50 segundos y la impresión del movimiento imperpetuo se desvanece. Un temblor de poca intensidad, tal vez uno entre los muchos que vendrán, fue suficiente para remover los sedimentos de mi propia mortalidad. Un sutil meneo de la tierra para redescubrir los linderos de todo lo que quiero y de las cosas que han dejado de quererme, un llamado para activar las razones de este día, una humilde pausa entre la primera y la última hora, como los días transcurridos entre asombros e instantes de gracia inmerecida. Me detuve a mirar la inocencia de mis pocas, inútiles, posesiones, y recordar en todo lo que amo, personas, instantes, libros y cartas que he olvidado, el paso transitorio de la vida, el látigo implacable de los años…
 
Nota del rejego: Yo, comnpadre, como buen androide, también sueño con ovejas eléctricas (y una que otra muñeca inflable)
 
 
POEMA A PROPÓSITO O RAÍZ DEL ASESINATO DE JUAN FRANCISCO SICILIA.
 
 
 
El país donde viven los muertos.

El país donde siempre es afuera.

El país de la abundancia

Es ahora un caos de migajas

Y desilusiones,

Hacen fiesta las promesas

Que no tocan el suelo.

Este es mi país,

donde tú estás y no quisieras.

Donde se desgarra el corazón

porque arde el rocío de la mañana.

Este es mi país

Sin duda.

Donde callan los poetas

Cuando deberían hablar.

Los indigentes y los potentados

Aprendieron a dolerse las heridas

Sin mirar

El dolor de los demás

País donde soy nadie,

A mucha honra,

y por deshonra de los que aman la verdad ,

te quiero

entre aullidos de perros

y minas de jade.

Entre la miseria y lo hermoso del mundo

media un abrazo,

como la primera luz que nos separa de la noche.

Así es en este país de silencio.

Donde aprendimos a llorar ,

Para luego quemar las miserias

De estas almas sudorosas En asuetos navideños.

(¿Quién soy yo para juzgarnos?)

País desamparado





Yo te espero,

Bajo una luz,

Y esta fe titubeante,

Como el resplandor que devora el día

sábado, 2 de abril de 2011

BUSCO Por Ysabel Ramírez

 

Me busco lenta

tímidamente

Me hallo en el polen dorado

que cubre la superficie de la luna llena

en el aire tibio que besa apenas la palmera

en el sudor de estas manos que te rozan



Me busco decidida

tenazmente

Me hallo en el vaivén de las olas en calma

en la humedad constante de la arena

en la oscuridad de tu boca caprichosa



Como fiera agazapada

me busco

y me hallo en la lascivia de tu lengua

en el calor que me sofoca si estás junto

en el manantial que brota entre mis piernas







martes, 1 de marzo de 2011

BLACK JACKIE. Por Jesús Garrido


La observé de reojo
antes de pedir otra carta:     
pequeña
         luminosa
ojos enormes
         pecho erguido
hombros y mentón alineados
con el trazo simétrico
de un  diseñador de anime

Cabello corto y negro
         a la francesa
incitando al cálculo
         o a la adivinación
¿intelectual de vanguardia
         corista de moulin rouge?

Me pregunté si llegaría a veintiuno
-ella se había plantado
sobre su casillero
con las dos únicas cartas
que el croupier
         o la fortuna
le habían otorgado en custodia-

La luz descendía
a  intervalos ciegos
sobre su perfil
         obsceno y aniñado
de muñeca de hentai

Black Jackie aparentaba
         sin temor a equivocarse
una mano segura

Aquella noche
         sin embargo
nadie se agenció la partida

Después llegué a enterarme
por la banalidad del azar
o el índigo de sus labios
que ella
         como yo
también era adicta a las derrotas

jueves, 17 de febrero de 2011

18 DE FEBRERO. Por Jesús Garrido.








A veces falla la memoria

a veces no da de sí

no acierta a corromper

la supuesta blancura de la mano

los surcos que anunciaban ya

desde la cuna misma

lo escueto del gesto y las palabras:

carrusel transitorio

danza sobre las yemas



A veces no es la mano

sino el aire

blanco

azul

o violeta

el que exige ser rodeado por los puños

caricia incompetente

oscuridad de cuervo

pirueta breve



Ya sé que divago

no me recuerden ese viejo esquema

(nacer, crecer, perder el partido en el último minuto)

ya he dicho que a veces falla la memoria

y que las líneas de sombra

también suelen bifurcarse

terminar de bruces

sabia o tontamente

sobre el placer de la almohada:

ojos cerrados

espiga temerosa de la luz

(aquella palma erguida

en la hermandad de la piel

y la indefensión de los años)



ZAPATA, ESQUINA BOULEVARD por Jesús Garrido

El tiempo pasa de largo por entre las gotas sublevadas La ciudad empieza ahí donde la furia toca tierra y el mar parece reclamar po...