martes, 17 de mayo de 2011

JUSTICIA INFINITA Por Jesús Garrido




Invento un campo sembrado de


Vestidos bonitos… Un campo sin ternura.


Pero, ¿quién habla de ternura? Sólo


Conozco de ella el gusto amargo.


                                      Tahar Ben Jelloun








Georgina abrió los ojos y cerró las llaves de la regadera. Digna y displicente, dejó que mis labios escurrieran con lentitud por su cuerpo mientras el agua cesaba de golpe su vertiginoso descenso a manos libres.

Habían pasado varios meses desde que la conocí en una fiesta insustancial y pretenciosa, a la cual yo había acudido con el único fin de ser presentado ante ella. Allí, en medio de faunos torpes y sedicentes ninfas, Georgina ondeaba su autoritario lívido cual pabellón mordaz, imperial e independiente. Entonces constaté la fama que había precedido a mi curiosidad.

Allí mismo di por iniciado el asedio. Después vendrían mil ruegos, fracasos y desplantes, luego de los cuales, por fin, pude allanar sus dominios, sus cuartos, su madriguera – bandolera ortodoxa, como a una dama de alcurnia no le gustan los moteles, los lugares insólitos, ni las casas de sus amantes. Suele ser pragmática y meticulosa en las suertes del cortejo: sus reglas suponen, para el amante en potencia, una lista interminable de temas intocables y otras prohibiciones específicas.

-Cuando salgas con Georgina- solía aconsejarme Abraham, su ex marido, un comerciante de telas judío venido a menos durante la crisis del noventa y cinco-, abstente de hablar de tu bendita literatura, de política internacional o de cine noruego. Todo eso, para ella, no son sino pasatiempos inútiles, laberintos tortuosos, inabordables y lejanos.

-No se te ocurra nunca invitarla a un restaurante chino- me había sugerido Pietro, un cheff italiano, amante suyo por algún tiempo, jefe de cocina de un restaurante de lujo-, tampoco la comida francesa es de su agrado, no soporta demasiado condimento. Sus gustos culinarios son rudimentarios y desesperantes, por eso terminamos. Así que olvida, tú, mexicanito hasta las cachas, cíclope valiente de baraja de lotería, el picante y el exceso de grasa cuando compartas con ella.

-La güera aborrece la música de los sesenta- me advirtió Víctor, un poeta amigo mío que por pura suerte había logrado aprobar los requisitos mínimos para acostarse con ella-. Su fobia alcanza, incluso, a los covers más recientes de los clásicos antiguos. Tendrás que renunciar a la estrategia que sueles usar con chicas tan jóvenes como ella; adiós, por ejemplo, a todo intento de alabar la versión de Oasis a I’m The Walrus....



Georgina cerró los ojos y abrió ligeramente las piernas. Yo había sido sumamente cuidadoso. Su vientre fluía con voluptuosidad sobre la cuenca de mi boca.

-No muerdas ni succiones sus senos- susurraba una voz no identificada-, puede considerar eso una agresión.

Sí, había sido demasiado cuidadoso. Ella se deshacía entre mis labios como yo habría de deshacerme bajo sus sábanas. Había renunciado a muchas cosas, pero el precio parecía infinitamente justo. Poco importaba la autosuficiencia de su sexo, ni que yo, a sus pies, me recordara a un emigrante de algún relato marroquí ante su amante blanca, absurdamente racista.

-Nada de ternuras después del coito. Cuando te vayas, si Georgina duerme, no la despiertes ni le digas adiós. Toma el dinero sobre el buró de la cama y cuando vuelvas a verla actúa como si no hubiera ocurrido nada. Hazlo así o no habrá una próxima vez.



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